27 de febrero de 2014

Hilo negro

Del hilo que dibuja el humo de un cigarro se desprende una idea sutil que quema.
Porque no es posible, dicen, descubrir el hilo negro.
¿Sería posible quemarlo?

9 de febrero de 2014

Terreno de juego

Nos gustaba practicar en nuestro lugar de origen.
Y dentro de las conversaciones que llenaban la práctica de sabor, nos gustaba soñar, juntos, con un día salir y conquistar el mundo. Cualquier mundo; real o imaginario, el tema de las prácticas, lo que las motivaba, era poder inventar uno que no necesitara de tan absurda distinción.
Pero ¿salir? ¿A dónde?
Así, nos sentimos preparados para un lugar nuevo, sin siquiera preguntarnos si esos ensayos nocturnos estaban dirigidos a aprender algo o si la práctica era el juego mismo.
Salimos. Ignorando el consejo que dice que no es necesario prepararse, sólo cargarse, y escuchando el que grita con silente elocuencia que no hay pedo, salimos.
¿A dónde?
Nos subimos al metrobús, cada quien con una cerveza en la mano, para colocarnos en un terreno desconocido. Porque lo conocido nos pareció insuficiente esa noche: teníamos hambre de un alimento que no alimentara. Era el momento de practicar un nuevo deporte. Escuchar tantos "no" como fuera posible. Cruzar la mirada con tantas miradas vacías como en el vacío mismo cupieran. Ver a la pretensión disfrazarse de casualidad y perseguir con lenta vehemencia una burbuja sin membrana.
Creímos así que llegábamos a la luna con un telescopio. Pero las ventanas --algunas oscuras, otras tapadas-- de las calles que se creen ciudades en una colonia con permanentes e imposibles aspiraciones nobiliarias, convirtieron un ruido indescifrable en un mensaje claro: la noche de ese viernes no brillaría la luna; era momento de enteder la oscuridad en las estrellas.
Un chiste mal contado en un café para sentarse a la mesa con un perro, pedir el sándwich más caro del menú y dirigir la mirada hacia la nada mientras cualquiera de los diez televisores del lugar muestra un partido de futbol imperceptible al margen de esa pasión que caracteriza a quienes entienden que los perros no comen sobre una mesa.
Y, sin embargo, la práctica de esa noche fue una de las más profundas. La luz de las ilusiones proyectó una gran sombra al impactarse con tantos sueños guardados en un tintero infinito. La sobra en la memoria de tres deseos mágicos, certeros y cálidos posibilitó la falta en el presente de la que tanto se podría aprender.
Una noche fría e incierta de trucos malogrados.
Caminamos entonces sin rumbo para descifrar por qué nuestros cuencos se hallaban llenos hasta el borde, por qué no cabía más, por qué era momento de vaciar las expectativas.
Por eso me dijiste al final, ya después de regresar al origen con ganas de jamás abandonarlo de nuevo, que era momento de cerrar esa carpeta hasta que una nueva se abriera sin anunciarlo.
Y me di cuenta de que lo relevante no era adquirir la habilidad hasta poder aplicarla indiscriminadamente en cualquier terreno, en cualquier situación, en la noche de cualquier día de la semana y ante cualquier vitrina --incluso la dibujada por un restaurante de pizza con cortinillas de plástico transparente--.
Lo relevante en ese momento fue entender que, si contaba los días, faltaban únicamente seis para conocerla y poder expulsar de la mente la idea de entrenar, practicar o prepararme: seis días para empezar, por fin, a jugar.