22 de enero de 2014

Adiós, silencio

Un grito se disfrazó de palabra, pero nadie le creyó.
Un beso se disfrazó de amor, pero nadie lo sintió.
Un hola se disfrazó de adiós, pero nadie se despidió.
Una canción se disfrazó de poema, pero nadie la leyó.
Una sombra se disfrazó de carne, pero nadie la tocó.
Un sonido se disfrazó de silencio, pero nadie lo escuchó.
Así, entonces, te hablo y sonrío.
Y ya no grito, sueno.
Te beso, siento amor.
Digo hola.
Te escribo un poema, un cuento, una canción.
Haciendo a un lado las sombras, sin disfraces
El silencio por fin se atreve y dice adiós.

13 de enero de 2014

Sobre el lugar más bonito de la tierra


Lo que termina siempre permite que algo más empiece.
Las ceremonias de despedida son ceremonias de bienvenida.
El llanto que producen algunas cosas cuando se van no es otra cosa que el miedo que producen algunas cosas cuando están por llegar.
Vislumbrar es el miedo más grande. Crecer es la mejor ceremonia. Llegar es la mejor despedida.
Me costó trabajo encontrar el espacio para despedirme de aquellos días suspendidos de la realidad de la semana, elevados a metros y metros sobre el nivel del mar, envueltos en un aire místico de humos engañosos y neblinas intermitentes. De dar y recibir goles. De intercambios costosos.
Aunque pudo haber ocurrido en cualquier otro lugar —y de cualquier otra manera— me di cuenta ahí, de golpe, en un solo momento: moriremos. Ellos. Yo. Todos. Una certeza nunca antes tan profunda.
Moriremos.
Diremos adiós a todo lo que contiene este continuo parpadear que es la vida. Adiós, como cuando el árbitro pita el final del partido. Y quería llorar y me reproché internamente que estuviera forzando mi propio llanto y al final lloré más de lo que quería.
Pero, ¿cómo no llorar después de conocer el lugar más bonito de la tierra y tener que abandonarlo? Así me aborda la emoción –cualquiera– cuando llega: el recorrido hacia el lugar más bonito de la tierra.
Aunque está alejado, quienes lo han visitado saben que es hermoso. Para llegar ahí es necesario recorrer un largo camino que lleva, primero, a una montaña bastante gris. La ruta es pesada y hace pensar, a cada paso, que no vale la pena, que no puede haber belleza que justifique el esfuerzo y la dificultad.
Pero el gris del recorrido y de la montaña que rodea al lugar cumple dos funciones fundamentales: desanimar a quien carece de la esperanza de encontrar belleza hasta en lo más feo y permitir que el contraste dote de sentido a la belleza única del lugar. Tras el largo recorrido –monótono, insípido, incómodo y, sobre todo, oneroso– se llega a una puerta que no promete mucho.
Es entonces cuando comienza un segundo recorrido; éste va llevando de lo cotidiano a lo extraordinario sin abandonar nunca la realidad, aunque en realidad sea imposible corroborarlo, pues la ruta de regreso es igual de gradual, lo cual hace que la transición parezca uno de esos sueños de los que despiertas a las tres de la mañana y olvidas al volver a dormir. Es la transición del segundo recorrido la más importante, pues para quienes fueron capaces de seguir avanzando ante el rigor y la pesadez del recorrido primero comienza lo inesperado.
Poco a poco, un camino rocoso, disparejo y descuidado, se va tiñendo del verde de los árboles que comienzan a aparecer para dar la bienvenida a la esperanza. De pronto, cuando hay suerte, el cielo se abre y todo lo que se puede ver es un verde fulguroso y destellante rodeado de árboles, cascadas y ríos. Al llegar a este espacio caprichoso y circunstancial, el tiempo se detiene (o se queda alrededor de la montaña, cuidándola de quienes no creen en la belleza) y las emociones (todas) emanan. Han encontrado un espacio para existir al margen del monitoreo de la conciencia. La conciencia también ha encontrado un espacio para dejar de hacer su trabajo por un tiempo (el tiempo que el tiempo decida suspenderse, o quedarse cuidando lo que gracias a la belleza ocurrirá) y así poder expandirse. Así, conciencia y emociones, juegan libres y no tienen nada que explicar a nadie. Sólo son.
Claro que no es posible permanecer en el lugar más hermoso de la tierra de manera indefinida, independientemente de que ahí el tiempo no ocurra, pues emociones y conciencia tienen límites que mucho les conviene respetar. Al agotarse de tanta libertad, se vuelven a reunir y el tiempo que cuidaba los alrededores de la montaña tiene que ingresar a cambiar las circunstancias que le permiten ser el lugar más bonito de la tierra. Es así como empieza el recorrido de regreso que, cuando la suerte, la sensatez y el sentimiento se conjuntan, será suave, gradual e indoloro. O casi indoloro, pues por más suave que sea la transición, el contraste entre el lugar más bonito de la tierra y la montaña gris que lo protege es suficiente para hacer sufrir a cualquiera. El tiempo recobra entonces su marcha original y la belleza deja de existir en todos los lugares menos en el recuerdo.
Algunos deciden que con una sola visita basta, pues la ruta hacia su perfección es cansada y desalentadora. Que hay que conocer lo horrible, pues, para poder captar la totalidad de su belleza. Dicen que hay quienes consiguen escaparse al paso del tiempo cuando éste decide regresar y cambiar las circunstancias, pero tarde o temprano son encontrados de golpe por la furia intempestiva de los años a los que intentaron escaparse. Dicen también que hay quienes lo visitan con frecuencia, aunque, al tratarse de un sitio circunstancial, no siempre encuentran ahí lo que esperaban al iniciar la búsqueda.
Si hay algo que vale la pena del lugar más bonito de la tierra es la lección que ofrece: la belleza se esconde en los lugares más grises, y su búsqueda es inútil (o, al menos, dolorosamente desalentadora) si no se toma en cuenta que la transición entre lo horrible y lo hermoso es sutil, onírica y efímera. Que al final, pues, vale más atesorar un espacio divino en la memoria que arruinar el recuerdo por retar repetidamente al tiempo.
¿Cuántas montañas gires desconocidas, protegidas celosamente por el tiempo, no atesorarán los lugares más bellos de la tierra?
Más importante, ¿qué sentido tendría la belleza si no fuéramos capaces de verla desaparecer? Saber que algo nuevo, desconocido y oculto todavía puede ocurrir. 
Es así como el lugar más bonito de la tierra puede ceder su título en una ceremonia de despedida que permita reconocer que quien busca la belleza jamás se conforma con encontrarla en un solo lugar.