24 de diciembre de 2013

Aprendiz eterno

Un rayo parte la noche en dos colores que permiten adivinar que hay un algo que se está cerrando para dar paso a un otro algo que, desde hace tiempo, se quiere abrir.
Sentado en la orilla de lo indescifrable, un pequeño sueña con un día hacer magia y transformar el miedo en amor. Pero, siente, le falta fuerza.
El miedo en esperanza. Pero, siente, le falta ilusión.
La quietud en movimiento. Pero, siente, le sobra filosofía.
Se sienta en medio de los dos colores que la morada calma previa al estridente sonido le regala.
"No temas", escucha en un instante infinito que de inmediato se desvanece.
Dos fuerzas amables que contrapuntean.
Crear para destruir. Destruir para crear.
Cerrar para abrir. Salir para entrar.
Y quiere hablar, pero estima conveniente guardar silencio primero.
Un trueno parte la noche en dos ecos que indican que el camino es hacia adelante. Ni hacia arriba ni hacia abajo: hacia adelante.
Ha aprendido, y no puede dejar de aprender, y sólo puede aprender. Por eso suelta.
Se suelta.
Continúa, sigue. Mira, y, con temor, vuelve a despertar.
Es la magia que le ha regalado la vida la que lo mueve ahora.
Vuela el miedo a caer. Camina el miedo a tropezar. Sube el miedo a bajar. Se va el miedo a estar.
Pasadas unas horas, vuelve a salir el sol, otra vez.
Llega así el día que, sin quemar, ilumina un nuevo equilibrio. Se llena de una débil fuerza que, a fuerza de olvidos, hace posible recordar.
Y, con silente magia, dice así:
No lo entiendas, siéntelo.



30 de agosto de 2013

Taxímetro

Había llegado a casa.
El protocolo de despedida dictamina que la conversación termina de una manera abruptamente sutil en el último tema tocado (la congestión automovilística que producen las manifestaciones, el resultado del último partido del América, lo difícil que está la situación del país) y que se paga lo que indique el taxímetro, redondeando siempre el monto a la siguiente unidad. Nos veíamos a los ojos a través de un espejo, colocado estratégicamente a un costado del espejo retrovisor, cuya función era mirar de cuando en cuando al pasaje del asiento de atrás.
Sus ojos, sin embargo, ofrecían algo más que un simple protocolo de despedida: no le interesaba el futbol, me había dicho minutos antes. El pago sería un pretexto, pues el intercambio de aquella noche se llevó a cabo en el plano de lo incomunicable, en el de las miradas que reflejan el momento exacto en el que dos fuerzas similares consiguen, por fin, hacer contacto para, quizás, nunca volverse a encontrar. De ahí la importancia de extender el intercambio más allá de los bips del taxímetro de un auto detenido.
Se orilló y puso las intermitentes.
Durante el trayecto le pregunté su opinión acerca de lo que ocurre después de la vida. "¿Después de la muerte?", me corrigió con precisión. Cuando alguien admite abiertamente no tener interés por el futbol, lo correcto es indagar lo que piensa sobre la muerte.
Me habló como sólo puede hablarse de lo que se conoce de primera mano; nadie se lo había dicho. "Del otro lado hay paz y el tiempo no existe. Es un lugar de pura tranquilidad. El cuerpo es sólo tu estuche, porque ahí la mente se expande y se convierte en lo que realmente es".
Me disponía a salir del taxi cuando, más allá del espejo, conseguimos reflejar la misma mirada. Me dijo que él ya había estado muerto, pero que su momento de eternidad todavía no había llegado, por lo que pudo (o fue obligado a) regresar.
Nos quedamos quince minutos (tiempo durante el que el tiempo dejó de transcurrir) a un costado del puente peatonal.
Vi en sus ojos el parpadeo de la edad. La posibilidad de crecer y conocer el dolor sin entregarse por completo a él. El encuentro de dos generaciones separadas por los años y unidas, por un momento, por la profundidad de lo que se nombra en silencio.
Antes de pagarle y salir, la noche nos envolvió en un aire de misticismo que se desvaneció en el momento en que cerré la puerta desde fuera.
Con el dedo índice, presionó un botón en su taxímetro, borró el monto acumulado durante nuestro viaje y arrancó.

25 de agosto de 2013

Momentos de eternidad

Perseguirla disfrazado. Hecho de piel hecha de células hechas de átomos que son, en lo fundamental, espacio vacío.
Ante la imposibilidad de ver lo que hay delante, voltear para atrás y ver que el tiempo no se detiene. El momento que contiene todos los momentos.
Miedo a nacer.
Miedo envuelto de llanto que cambia de forma y parece alegría y enojo y tristeza. Miedo al paso del tiempo. Miedo a crecer.
A madurar.
Ir perdiendo sensibilidades juveniles para adquirir fortalezas adultas. Endurecer. Callos en las manos que ya no sienten todo lo que tocan.
Dificultad para ver de lejos y la subsecuente necesidad de recurrir a la memoria o a la imaginación para intentar conocer lo que hay más allá del alcance de la vista.
Un instante que es segundo y día y mes. Un solo momento disfrazado de varios con líneas dibujadas a mano por un reloj al que hay que ir cambiando de pilas y por la cuadrícula de un calendario que a veces empieza en lunes y a veces en domingo.
A vivir.
Un momento de suspensión y de suspenso entre el principio y el fin.
Viaje continuo alrededor del sol que quema cuando se levanta y congela cuando se esconde, pero que nunca se va.
A morir.
Parpadear por última vez y corroborar lo incomunicable: la vida es el recuerdo postrero, se le ve pasar y sólo cobra sentido justo antes de expirar.
A la eternidad.
Perseguirla ya desnudo. Hecho de tiempo hecho de una sucesión infinita de eventos que se condensan y estallan en un eterno momento final.

20 de abril de 2013

Deja que sea sábado

Deja que sea sábado y que los impulsos más profundos que te llevan a moverte sin rumbo desaparezcan.
Deja que las velas que te impulsan bajen hasta el fondo de la verga que las sostiene para llegar a la correcta resolución de lo que es vivir sin un viento que les indique (caóticamente) a dónde han de guiar a los tripulantes del único barco que conocen.
Deja.
Deja. Deja con paciencia y déjalo y déjate. Deja que sea sábado y mira lo que quieras mirar sin hacer demasiadas preguntas. Que el miedo que te paraliza ya pronto se convertirá en amor.

Poder del unvierso

Salta cuando lo que parece más conveniente es quedarse sentado. Baila, cuando, aparentemente, no hay música. Canta, cuando el ritmo se ha quedado quieto. Juega, cuando el tiempo de descanso parace haber llegado al final. Cuando no hay guía, camina. Cuando todo parece osucro, ilumina. Cuando todo pesa, flota.
Calla cuando todo, temporalmente, encuentra la paz.
Si todo se hace igual, delimita, y une cuando las diferencias no permiten avanzar.
Es lo que hace a tu corazón latir, es lo que te hace respirar.
Es miedo en la superficie y amor en la profundidad.
Algunos le llaman magia, otros le llaman energía. Muy pocos, sin embargo, se conforman reconociendo que sólo en silencio se puede nombrar.

17 de febrero de 2013

En el presente

Centrarse en el presente consiste en encontrar el equilibrio necesario para no irse de boca ni caer de espaldas. No irse de boca al enunciar lo inexistente, lo que no ha ocurrido; no caer de espaldas al recordar lo que se escapó, lo que nunca regresará.
Un ahora hecho de agua. Salada o dulce, pero en constante flujo. Un ahora impregnado de valor: el único momento certero que se puede experimentar, la única realidad posible.
Ahora.
Ahora, mientras lees, lector. Ahora, mientras haces, actor. Ahora, mientras piensas, pensador.
Ahora, mientras callas, valor.

Hermosa mediocridad

Naces del centro y al centro llegas, hermosa mediocridad.
La gente te teme, pues los de arriba te utilizan como el peor de los ejemplos, y hacen que los de abajo escuchen para que te quieran superar.
Pero es tu balance lo que te engrandece, hermosa mediocridad. Es tu templanza. Es tu mitad.
No temas, hermosa mediocridad, de nunca subir al cielo, de nunca bajar al abismo, de encontrar tu tranquilidad.
De no tocar más la luz, de no ver más la osucridad.
Existes para que los del medio nos demos cuenta de que no hay nada que temerte, de lo hermosa que es tu verdad.

18 de enero de 2013

Se viene y se va

Como el amor que crece al principio, como la voz dulce del inicio, como el primer sorbo de un mate: así se viene.
Se va como el amor que se apaga, se va con la voz amarga, se va como un frío trago final.
Como la marea que sube y luego baja. También como las olas del mar.
Como la voz que enunciaba palabras prolijas. Como su vínculo con el vocablo "vínculo" y como su distancia con la palabra "amar".
Como saciar la sed del principio, como terminar por emborracharse de más.
Se vino como lluvia que inhunda, se va como el agua de una seca ciudad.
Se viene casi desnuda, se recupera de una enfermedad.
Busca una perspectiva distinta. Se viste y se levanta. Quiere viajar.
Agua salada como al principio, Anita: así te viniste.
Agua salada, Analía, pues al final te vas.