2 de marzo de 2012

Veracruz

Recuerdo que había palomas que se bañaban en la azotea de un edificio bajo: las veía. Tan bajo que, para el piso en el que nos tocó quedarnos, resultó una azotea mentirosa. Ahí nos quedamos.
Fuimos y hablamos, callamos y nos quisimos comunicar cuando lo que tocaba era separarnos. Ahí nos quedamos, recuerdo. Comimos pizza delgada y, luego de ver un volante engañoso, buscamos unas acuabolas que nos dieran sentido y estrategia, pero el lugar no tenía luz. Sí, lo sabes, lo sé, hablo del lugar más triste de la tierra, ése que nos transmitió su tristeza para hacernos recorrer un camino inevitablemente evitable, juntos. Aun en el lugar más triste de la tierra, te gané en el golf. Siempre que dejaste que así fuera, te gané. Porque cuando no quisiste, perdí ¿Acaso te dejaste ganar? Evité perderme: tres empleados le dieron sentido a dos visitantes extraños y ajenos. Nos fuimos tan pronto como pudimos. ¿Qué querías perder?
Luego el malecón. Imaginamos Cuba viendo piedras mexicanas que no se moverían de ahí; imaginamos Australia como un lugar imposible. Cerca del hotel, para no sentirme perdido, para no sentirte lejos, porque no te querías ir: quería que te fueras. Un café; pedimos un café (fueron dos, pero, para los dos, fue uno) y un helado de guanábana (o todos los que cupieran). También un desayuno completo. Luego nos fuimos a nadar a una playa azul. Yo pensaba que todos te verían las nalgas. Qué bikini traías: yo te las vi. Sólo hicimos el amor dos veces (acaso una por cada nalga). Cenamos un pescado que me quería comer, un pan delicioso, una noche inigualable. Tomé sidral, porque la cerveza estaba prohibida por una mancha amarilla de nombre pesado. Y decidí llamarle vacío por no llamarle locura; decidí buscarme en la cama para no encontrarme perdido.
Güero, güera, güero, güera, nos llamaron. Champolas. O sólo helado, qué más daba. Mientras, el frío de mis ilusiones encontró una razón que se derretía. Un vaso enorme que nunca me dejó insatisfecho. Mango o guanábana, lo que fuera. También comimos pescado y visitamos un mar imposible. Recuerdo sus piedras al extrañarte. Nadamos por hacer algo que no fuera no hacer nada y nos revolcamos: en las olas y en nosotros: la última vez que tú fuiste yo y que yo fui tú, con el imperdible recuerdo del lugar más triste de la tierra. Nadamos en la nada antes de convertirnos en el miedo a ya no ser el otro, a volver a ser sólo el mismo y la misma de antes, a ser diferentes de nuevo.
También nos acostamos juntos sin estar juntos y compartimos una individualidad pesadísima. Estábamos (estuvimos) en una cama viendo futbol cuando bien pudimos nadar en la espuma de la alberca más sucia de la tierra. Me lancé en un salto mortal para atestiguar que la espuma que reflejaba suciedad no era (nunca fue) suficiente para detener ese impulso de destrucción que me salvaría. Te vi y me reconocí en tu asco.
¿A dónde iríamos ahora que habíamos agotado todas las posibilidades? Tu creatividad se estrelló contra mi vacío. Encontramos la forma de nadar a lo lejos, paralelamente, en un río que ya no sería el mismo.
Aquella vez que nos fuimos a Veracruz y que ya nunca regresamos.