10 de febrero de 2012

Tu ausencia y la caja

"Déjate suelto el pelo, no te lo amarres ni te lo cortes, que así te ves muy bonita", pienso en decirte, pero no te digo nada. Me dan ganas de pedirte que sonrías cerrando los ojos y que no los abras hasta no agotar el último aliento de esa risa auténtica que se te sale, pero no te pido nada. Tu último pedazo lo metí en esa caja, junto con otras cosas que, supuestamente, alguna vez nos dieron sentido.
Por fin consideré necesario aprender a cerrar. Por eso escogí una caja grande, en la que cupieran todas tus cosas, incluso el insoportable vacío que sentí al ver cómo tus colores se hicieron grises. Por eso le puse mucho diurex, para que no se fueran a salir las cosas que tanto trabajo me costó meter, aunque algunas se alcanzaran a asomar. Por eso decidí no verte y que no me vieras, aunque al cerrar los ojos aún me imagino tu triste sonrisa. Por eso decidí cerrar, soltar, dejar ir, aunque un pedazo de ti —tu ausencia— se me haya quedado guardado en una caja.

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