24 de febrero de 2012

La confianza de un día azul

Me serví un vaso de cerveza para saborear un viernes "deadeveras". Sólo un vaso. Y en vez de trazarme encrucijadas irresolubles, decidí comprar un libro y comenzar a leer sin preguntar demasiado, como cuando ves una película mientras te comes un bote de palomitas y te ríes por reírte. En vez de buscar lo auténtico navegando en las profundidades, me encontré con lo cotidiano caminando en la superficie. Y sentí confianza cuando por fin entendí que dejar de preguntar puede apagar el silencio: también se puede escuchar.
Escuché a un gordito de lentes explicarme por qué debería de inscribirme en un gimnasio de alcurnia; la verdad la alberca estaba chingona, pero en ningún otro lugar mojarse puede salir tan caro. Escuché a una señora, recargada sobre un poste, pedirle la hora a un niño con un cubrebocas azul sobre el cachete izquierdo. "¡Niño!", le dijo, "¿Qué hora es?". Sin detenerse, el niño le dijo que eran las dos y veinte, porque los niños dan la hora sin detenerse ni un segundo, mientras que los adultos se sientan a esperarla. Escuché, por último, a mi perra ladrar de alegría cuando llegué a la casa. Me quiero imaginar que fue de alegría, porque yo, callado con las preguntas, le dije que jugáramos y ella me empezó a perseguir como si no hubiera mañana.
Y es que en días como hoy, en realidad, no hay mañana.

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