24 de febrero de 2012

La confianza de un día azul

Me serví un vaso de cerveza para saborear un viernes "deadeveras". Sólo un vaso. Y en vez de trazarme encrucijadas irresolubles, decidí comprar un libro y comenzar a leer sin preguntar demasiado, como cuando ves una película mientras te comes un bote de palomitas y te ríes por reírte. En vez de buscar lo auténtico navegando en las profundidades, me encontré con lo cotidiano caminando en la superficie. Y sentí confianza cuando por fin entendí que dejar de preguntar puede apagar el silencio: también se puede escuchar.
Escuché a un gordito de lentes explicarme por qué debería de inscribirme en un gimnasio de alcurnia; la verdad la alberca estaba chingona, pero en ningún otro lugar mojarse puede salir tan caro. Escuché a una señora, recargada sobre un poste, pedirle la hora a un niño con un cubrebocas azul sobre el cachete izquierdo. "¡Niño!", le dijo, "¿Qué hora es?". Sin detenerse, el niño le dijo que eran las dos y veinte, porque los niños dan la hora sin detenerse ni un segundo, mientras que los adultos se sientan a esperarla. Escuché, por último, a mi perra ladrar de alegría cuando llegué a la casa. Me quiero imaginar que fue de alegría, porque yo, callado con las preguntas, le dije que jugáramos y ella me empezó a perseguir como si no hubiera mañana.
Y es que en días como hoy, en realidad, no hay mañana.

10 de febrero de 2012

Tu ausencia y la caja

"Déjate suelto el pelo, no te lo amarres ni te lo cortes, que así te ves muy bonita", pienso en decirte, pero no te digo nada. Me dan ganas de pedirte que sonrías cerrando los ojos y que no los abras hasta no agotar el último aliento de esa risa auténtica que se te sale, pero no te pido nada. Tu último pedazo lo metí en esa caja, junto con otras cosas que, supuestamente, alguna vez nos dieron sentido.
Por fin consideré necesario aprender a cerrar. Por eso escogí una caja grande, en la que cupieran todas tus cosas, incluso el insoportable vacío que sentí al ver cómo tus colores se hicieron grises. Por eso le puse mucho diurex, para que no se fueran a salir las cosas que tanto trabajo me costó meter, aunque algunas se alcanzaran a asomar. Por eso decidí no verte y que no me vieras, aunque al cerrar los ojos aún me imagino tu triste sonrisa. Por eso decidí cerrar, soltar, dejar ir, aunque un pedazo de ti —tu ausencia— se me haya quedado guardado en una caja.