26 de diciembre de 2011

Brillar en pedazos

La energía se mueve en rutas cíclicas. Y, aun con obstáculos en el camino, sólo conoce el origen al llegar al final.
De inmediato desconozco un pedazo brillante. Fulguroso. Veo el camino hacia la oscuridad iluminado. Al recorrerlo tiembla el piso y me quedo sin fuerzas para sostenerme en pie: la energía que sólo se transforma. Sentado y a ciegas pienso para dejar de sentir. Respiro lentamente mientras el aire se convierte en un flujo frío de sueños congelados. Para que la luz tenga sentido tiene que existir la oscuridad, pienso. Y para la música, silencio. Para el calor, frío. Quietud, para el movimiento.
Corro en círculos: no sé de qué huyo ni qué persigo. Pienso en una paradoja y al querer describirla me convierto en serpiente y me muerdo la cola. Después ya no quiero decir nada porque tengo miedo de no entender mis propias palabras. Busco la manera de fingir autenticidad y encuentro la verdad en un engaño del que ya no soy capaz. Tengo miedo de transformarme.
Afuera —mientras esto ocurre— el viento y el mundo hacen ruido, pero no quiero escuchar. Abro sólo una pequeña ventana y el mensaje es contundente: puedo evadir la realidad pero no puedo evadir las consecuencias de evadir la realidad. Duele. Tanto que me inundan las ganas de salir de mi encierro; pero me siento débil y desprotegido. Tanto que me invento una máscara con los retazos de un recuerdo incierto. Duele tanto que intento convencerme de que se trata de una broma, es sólo que no encuentro la manera de reírme.
Adentro (hay cosas que se quedan guardadas) busco brillar en pedazos para encontrar la oscuridad; tal vez así se quede atrás. Pero los puntos no se conectan, a pesar de ser tantos. Las líneas y los canales tienen rutas desconocidas, y no me atrevo a navegarlas. Descubro una trampa temporal que me permite enfrascar el tiempo perdido inútilmente, pensar que nada fue inútil.
Imagino árboles e intento narrar una historia que hable de un bosque, pero me pierdo. Imagino agua y trato de inventar un relato que salpique, pero me ahogo. Imagino el mundo y siento ganas de hablar de un viaje desconocido, pero olvido mis dimensiones y lo convierto todo en un círculo.
Desde un pedazo brillante, enfrasco el tiempo que he perdido al imaginarme imaginándomelo todo. Y pienso en lo que he ganado: un origen; caminar al fin.

21 de noviembre de 2011

Un día

Un día quise ser grande como Dios y que todos me vieran, pero me di cuenta de que Dios es pequeño y de que le gusta ocultarse.
Un día quise subirme a la piedra más grande del mundo y gritar y que todos me oyeran, pero me di cuenta de que estaba ya subido en una, y que mi silencio llegaría más lejos que cualquier palabra.
Un día quise volar, surcar los cielos y ser diferente a todos los demás, pero me di cuenta de que arriba es un lugar infinito y que quien se desprende pocas posibilidades tiene de jamás regresar.
Un día quise hacer todas las cosas que jamás se hubieran hecho y de romper con cualquier esquema, pero me di cuenta de que sólo podía terminar por romper conmigo mismo.
Un día salté sin ver qué hacía, y empecé a dar vueltas en círculos, y me mareé y vomité. No quise, por un tiempo, volver a saber nada de Dios, ni del mundo, ni del cielo, ni del infinito, ni de todas las cosas. Terminé callado.
Y así, sin decir nada, conocí el silencio.

26 de octubre de 2011

No sería artista

Cursaba la preparatoria cuando me di cuenta de que no sería artista. El trabajo era simple, y eso fue lo que más trabajo me costó. Porque el arte es una forma simple de decir algo complicado, yo yo tan acostumbrado a decir de la manera más complicada las cosas más simples. Recorrer una línea dando vueltas erráticas para llegar mareado al final.
No me di cuenta en el momento de la exposición del trabajo, pues en ese momento me imaginé que lo que había hecho rebasaba los límites de la creatividad, y en realidad rebasaba los límites de la sensatez y el buen gusto. Porque no sabía que el arte tenía sensatez y buen gusto; no sabía que el arte tenía límites.
Lo recuerdo con claridad porque para una de las secciones de mi video, "la vida sobre una rueda" (la premisa era excelente, pero la ejecución fue demasiado ambiciosa), utilicé la misma canción que un compañero utilizó para una animación excelente.
Y mi "cortometraje" duraba 30 minutos. Todos mis compañeros se sentían incómodos porque antes de que iniciara mi obra de arte les dije que no se podían reír —algo me imaginaba—. No cabe duda que la risa es la liberación de una tensión interna, porque cuando entró al salón otra compañera que no había escuchado mi advertencia y comenzó a burlarse abiertamente de mi trabajo, el resto del salón se dio el permiso de carcajearse junto con ella.
Pero no me di cuenta en ese momento, me doy cuenta ahora. Porque quise ser artista de esa y de muchas otras maneras y nunca, por más que lo intenté, pude comprender la esencia del arte. Comprendo ahora, en términos simples, que la esencia del arte no se puede comprender, pero se puede sentir. Ocurre que yo ya no siento nada.

27 de septiembre de 2011

Volví a sentir el gol

Pateé el balón con la punta. El árbitro había marcado fuera de lugar, así que le dije a mis compañeros que salieran, que yo lo pateaba.
Perdíamos uno a cero durante el primer tiempo hasta que nuestro delantero estrella marcó el primer gol a nuestro favor. Entonces empatábamos a uno. Y yo que creía que ya no podía sentir los goles, la esencia del futbol. Y como no teníamos cambios, el partido se empezó a ver gris. Sin cambios, ¿cómo lo íbamos a sacar? Gritando, pensé. Y así grité y gritamos para sacar el partido. Luego vino una lesión que nos dejó con diez y después una expulsión que nos dejó con nueve. Mientras tanto, el marcador seguía empatado. Por eso no dejé de gritar.
El futbol, sin embargo, se gana no sólo con gritos de apoyo y con buenas intenciones, también hay que patear el balón y hacer que termine en las redes del rival. El rival lo quería poner en las nuestras. Éramos menos y eso nos hizo más.
En uno de esos intentos del rival, el árbitro marcó fuera de lugar, y le dije a mis compañeros que yo lo patearía. Puse el balón en el piso y lo mandé a la otra mitad del campo. Ahí, uno de nuestros medios se lo dio con la cabeza a nuestro delantero estrella, quien anotó el dos a uno definitivo. Fue así que, tras la ausencia prolongada, volví a sentir un gol.
Tras la nube, tras el olvido, tras la desesperanza, seguimos gritando y pateando y apoyando. Seguir luchando para poder gritarlo: ¡gol!

6 de septiembre de 2011

Lo que perdí

Lo que perdí no lo perdí por ti. Acaso en tu compañía he ganado. Necesito reconocer una absurda necesidad: buscar la mejor forma de lastimarme. No, no fuiste tú quien me hizo estas heridas.
Sangré de noche para no hacer mucho escándalo; lo malo fue que al día siguiente las manchas se hicieron evidentes, no supe cómo ocultarlas. Después vinieron las cicatrices y los lamentos. Y no, no fue tu culpa.
Ahora que estamos solos, rendidos y en calma, necesito recordar de dónde es que viene la manía, la poesía, tu un beso, tus diez dedos, mi nada, tu todo. Porque ahora reflexiono sobre lo que perdí. ¿Por qué fue que le aposté todo a un sueño inexorable? Lo olvidé al despertar.
Y tu aliento lo hacía todo más húmedo y sensible. Por eso te respiré. Lo que perdí ya se fue y quizás nunca más regrese. Tengo que ver ahora qué es lo que me queda.
Y así, siempre, dentro de todo lo que se puede perder, olvidar, deshacer y romper, lo que me queda, lo que disfruto, lo que hace que ya no todo el tiempo duela, eres tú.
Lo que perdí para encontrarte. Sin dejar de buscarme, lo que encontré. 

4 de agosto de 2011

Vivir

Dejar ir no quiere decir suicidarse ni cruzar la puerta de la muerte. Soltar no quiere decir quitar toda la resistencia y permitirse caer libre en el pozo de la desolación. Liberarse quiere decir aceptar la vida.
Aceptar que todo deseo es negación del miedo. Entender que quien llega lejos no alcanza: huye. Abrazar la existencia como un constante intercambio de ideas que se repiten para formar una completa —perfecta— ilusión de novedad.
No hay nada nuevo bajo el Sol, pero está el Sol mismo y la luz que de él emana contiene todas las variedades.

31 de julio de 2011

Cuando salga

Cuando salga de esta miraré al cielo y me imaginaré una figura preciosa en las nubes. Veré tu cara sonriente y apreciaré que aunque la belleza sea dinámica nunca se va. Te tomaré las manos y sentiré tu calor.
Cuando crezca y vuelva a saber qué se siente estar contento, compartiré una risa genuina contigo y pondré más atención en los detalles insignificantes que le dan sentido al mundo que gira. Cuando deje de ver hacia la sombra interior dejaré que me contagies de tu luz y, con cuidado, encenderé una vela que dure mucho tiempo prendida.
Quise creer que la felicidad no existía y ahora que me he convencido, sé que la tristeza absoluta tampoco puede prolongarse indefinidamente. Cuando consiga hacerme grande, y vea todo lo que está pasando ajeno y pequeño, sé que estarás conmigo, como una parte fundamental de mi —de nuestro— tamaño.
Paciencia y movimiento, nada más.

28 de julio de 2011

Sobre la tristeza

En cualquier lugar; ilocalizable, perdida, pero presente. Ambigua, suficiente. Se apodera de pronto de mí y no me suelta. "Tendrás que hacer lo que sabes que tienes que hacer para liberarte de mí", me insinúa la tristeza en un sueño que no recuerdo. La veo volar, va de aquí para allá, viéndome a los ojos cada que desvío la mirada, cada que intento creer que hay algo más.
Tendré que hacer lo que sé que tengo que hacer, recuerdo al recordar el sueño que se olvida. Y resulta que no quiero hacer lo que tengo que hacer. Me pregunto en dónde se parte la delgada línea que divide el hacer del querer. Y entonces quiero hacerlo, entonces quiero hacer lo que sé que tengo que hacer. Pero no puedo. ¿En dónde está la línea que divide el querer y el poder? Está en la tristeza.
Hay tanta luz, me imagino, perdido en la sombra. Todos los días, constante e inevitablemente, el mundo se reduce a unas cuantas palabras que se repiten como el eco de un sonido horroroso. La vista se nubla cansada de no poder enfocar. La atención se disipa en un intento vano de conocer algo distinto. Yo me hundo en un remolino de un fulgor opaco y mordaz.
Luego me levanto mientras me siento arrastrado hacia el lugar más profundo que pueda describir. No lo describo. Intento entonces describir lo que siento sabiendo que lo más probable es que me pierda en un abismo indescifrable de palabras vacías. Me detengo por fin, en un constante movimiento sombrío, y lo digo: estoy triste, estoy muy triste.

22 de julio de 2011

Hay lugar

Hay. Hay lugar. Vengo a decirte —a pedirte— que no te preocupes más. Que cuando sientas que la sombra te rodea demasiado, puedes venir cada que así lo quieras o lo necesites y puedes escucharme al leer estas líneas: hay lugar, hay mucho lugar.
Para la magia, para la creatividad, para la invención y para la reinvención. Todavía hay un sitio para todo eso, todavía existe un lugar para mucho más. Desperézate, sacúdete y vuelve a confiar. Lo encontré, y platicando generalidades me confesó, casi de manera accidental, que todavía hay lugar, que siempre ha habido, que lo que ocurre es que has pasado demasiado tiempo viendo hacia los lugares vacíos, hacia el imposible infinito, hacia la nada.
Pero ven, es buen momento para que veas todo desde mi perspectiva; es un excelente momento para que no pierdas la esperanza y conozcas las novedades de lo que no se ha querido mover y está ahí para ti, esperando con paciencia a que quieras enfocarlo. No lo dudes ahora, por favor; y si lo haces, que sea sólo como un ejercicio de la imaginación, ésa que no podría, ni aunque quisieras, dejarte solo. Pero deja ya de creer que el abismo es real: tú lo inventaste, tú puedes hacerlo desaparecer.
Hay lugar, camarada. Afortunadamente, puedo decirte con certeza que todavía hay lugar. Camina con el temple de quien sabe cómo descansar para poder avanzar a buen ritmo: hay lugar.

16 de julio de 2011

Movimiento restringido

Quiero decir un poquito. Nada demasiado elegante, o llamativo; ni siquiera algo que, al ser leído, mueva o haga pensar. Sólo tengo ganas de mover las manos —los dedos— y pensar, por un momento, fuera de mi cabeza.
Tengo ganas de volver a decir lo que siento. Y me pregunto si la incapacidad será producto de alguna traba entre el sentimiento y la expresión o si, de plano, el problema es que ya no recuerdo cómo se sentía sentir.
Quiero olvidarme de los veredictos. Que los juicios propios y extraños me atormentan y me detienen en la lluvia de la sequía. Sólo quiero salir sin tener que explicar (que explicarme) qué hago afuera.
Quiero compartir contigo este momento. Quiero serlo y que lo seas. Que al verlo, aunque para mí ya haya pasado pero para ti apenas esté ocurriendo, sientas que tú también te puedes mover; y aunque en ocasiones te sientas atado, trabado o restringido, te des cuenta de que eres tú mismo el que se está deteniendo. Entonces, quizás, puedas dejar de hacerlo.

22 de junio de 2011

Otra vida

Si yo, por decir algo, tuviera otra vida, una diferente de la que tengo, haría muchas cosas. Me quejaría, para empezar —y para ser sincero—, de la vida que tengo. Vería con recelo a los demás, imaginándome cuan perfectas son las vidas que vivirían, y sentiría que mi propia vida es algo muy lejano al estándar de la vida correcta.
Si yo, por imaginarme algo distinto, tuviera otra vida, me preguntaría diariamente el por qué de la ausencia de ciertos bienes materiales —dinero, lujos— y emocionales —estabilidad, paz—; me atiborraría de pensamientos lastimeros que, dentro de un pesimismo pocas veces visto, me asfixiaran.
Pienso, sólo como un ejercicio de la imaginación, que si yo tuviera otra vida, una diferente a la que tengo, me dedicaría a encontrarle todas las fallas posibles; buscaría todos los errores inherentes al modo de vida que, de ser la realidad distinta a como es, ostentaría.
Pero resulta que tengo esta, y no otra. Así que me contento con enfocarme en todo lo que haría si tuviera, aunque sea sólo como un sueño, otra vida.

13 de junio de 2011

El día que mi escritor se cansó de escribir sobre mí

Un día Tomás se encontró desolado. Hablaba como máquina, entendía sólo lo más básico del mundo que le rodeaba y atendía torpemente sus relaciones interpersonales. Pero un resquicio de consciencia —acaso de esperanza— hacía ruido diariamente; lo despertaba, lo adormecía, lo guiaba.
Leyendo por leer —cualquier cosa o algo extraordinario—, sin entender demasiado, se dio cuenta de lo que le pasaba: su escritor, como puede sucederle a cualquiera que, acostumbrado a moverse demasiado en el mundo de las palabras, se tome un momento para reflexionar sobre lo que está adentro y lo que está afuera, se vio agotado.
Así Tomás, que se hallaba buscando sin encontrar, tras mucho haber encontrado sin buscar, detuvo cualquier posible atisbo de reflexión. Hizo una mueca sorda, casi ficticia, y volteó hacia arriba. "No dejes de escribirme", suplicó. "Por favor, no dejes de escribirme". Sin saber si sus palabras tendrían un eco permanente, efímero o nulo, Tomás volvió a voltear hacia su tierra, hacia su dominio, hacia su realidad; se encontró escrito una y mil veces sobre las superficies de su planeta. Escuchó por fin una voz que le dijo (él no lo recordaba, y por eso creyó que la voz le dijo por primera vez algo que, en realidad, sólo le estaba repitiendo): "Tras mucho mirarte en el espejo de tu propia vanidad —interna y externa—, es un buen momento para que te mires en el espejo de los demás, te sorprenderás al encontrar cuan parecidas son sus diferencias".
No, en realidad no lo habían dejado de escribir, transcurría por un pasaje bastante iterativo, pero no lo habían dejado de escribir.

3 de mayo de 2011

Veneno

Has pasado tanto tiempo en la oscuridad que ya no recuerdas el calor de la luz. Y prometiste que ya no consumirías más ese veneno que hace tu sangre hervir, pero que tanto necesitas.
Querías anticipar todos los movimientos de los astros a tu alrededor. Tanto así que decidiste dejar de anticipar —o acaso planear— los propios. Caminabas sin un rumbo para darte cuenta de que estabas a punto de salir. Pero no te preguntaste ni siquiera en dónde te habías metido. Necesitabas calor. Abusrdo: necesitabas calor y te fuiste a la sombra. Y ahora que quieres o necesitas salir te preguntas si dolerá. Nada duele como la sombra, como su mágico veneno. Anticipa ahora tus propios pasos en vez de querer anticipar los de los demás o los de lo que está afuera. Camina lento pero sin titubeos hacia la luz. Justo cuando te acostumbres a su cándida presencia, regresa entonces al lugar que ni quema ni deja de iluminar. Que el odio a la mediocridad es lo más parecido que existe al amor por la sabiduría.

2 de mayo de 2011

A ti

Porque te escogí a ti. Y había otro millón o más de personas, pero decidí que fueras tú. En medio de un mar cuyas olas no paraban de reventar en las piedras, sentí tu dolor y lo quise acompañar con el mío. Entonces nos vimos a los ojos y descubrimos que también el amor se podía compartir.
Te vi, lejos, caminando, y pensé en alcanzarte. Creo que lo hice, pero tú y tu rápido caminar; seguirte el paso pronto se convirtió en una tarea por demás cansada, sobre todo para alguien tan acostumbrado a moverse lentamente, sin demasiada prisa.
Te vi para que me vieras, para que me oyeras, para que sintieras que podía ser alguien para ti. Así te vi. Y tú apenas te molestaste en voltear y decirme que no era para tanto. ¿Era para algo?
Corro ahora, me muevo lo más rápido que puedo para volver a tocarte.

29 de abril de 2011

Prestigio

Una droga es algo ajeno a un organismo que, al ser introducido en el mismo, genera un periodo corto de placer y uno largo de dolor. Como el placer viene primero, los organismos que gustan de utilizar las drogas con frecuencia, llegados a un punto de mala costumbre, comienzan a utilizarlas para evitar el dolor que ellas mismas les producen. En otras palabras, una droga es una serpiente envenenada que busca con avidez comerse la propia cola hasta llegar a la cabeza.
De todas las drogas inventadas por la humanidad, el prestigio es la más costosa, la más buscada y la más peligrosa. Su mecanismo es simple y es, a la vez, atroz. Consiste en acumular, mediante esfuerzos desmedidos (ya físicos o intelectuales), un bien material (dinero, por ejemplo) o inmaterial (conocimiento, por ejemplo) hasta el punto en que sea posible demostrar que el esfuerzo que se ha dedicado supera en cantidad y/o en calidad al esfuerzo de los demás. Una vez que esto ha ocurrido, se trata, simplemente, de ser reconocido en esta demostración y de erigir una torre de aire caliente con el aliento que el reconocimiento social genera.
Ocurre que los seres humanos, al darnos cuenta —o al nunca preguntárnoslo— de que hemos llegado a un lugar bastante árido y sin utilidad, dotamos de sentido nuestra existencia, fundamentalmente, a partir de la convivencia con los demás. Es un razonamiento simple que dice, palabras más, palabras menos: si me lleva la desolación, al menos que me lleve acompañado. Como el prestigio es una droga social, su potencial adictivo es por demás aprisionante. No tiene otra finalidad que la constante comparación con los demás y la auto afirmación que ver a las personas que tienen menos de eso que decidimos acumular indefinidamente genera. Eso es lo que nos eleva en una torre de aire caliente, y nos gusta hasta que volteamos hacia arriba y vemos que hay gente auto afirmándose a partir de nuestra pobre acumulación de algo más.
Así, al encontrarnos acompañados en una vida llena de gente, buscamos lo que hacen los demás, siempre que esta o estas acciones generen algún eco relevante, y nos dedicamos a acumular lo que sea que se nos haya ocurrido acumular con la finalidad de llenar un vacío infinito. Siempre que haya prestigio alrededor de lo que hacemos, el viaje será más cómodo, mientras tengamos la entereza de no mirar hacia otro lado. El problema del prestigio, sin embargo, es que, entre más alto nos haya llevado nuestra torre de aire caliente, más fácil será voltear a ver las demás.

24 de abril de 2011

Gritos

Grité. Así. No necesito decir mucho más: ya grité. Desde adentro, con fuerza controladamente desmedida, lo hice, grité. Precedido de un nudo interno que difícilmente, pero que en ocasiones sí, cede, abrí por fin la boca y saqué lo que todavía se atora. Pero pude gritar.
Haz de cuenta —le digo a quien fue capaz de contenerme— que vi que no podía más con tus paredes —me hablo a mí, en realidad— y las quise saltar. Haz de cuenta —me hablo desde adentro— que no quería lastimarme y salté. No sabía, por eso salté.
Qué golpe. En verdad, lo digo sin ánimo de exagerar; tampoco guardo ninguna intención implícita de querer desbordarme, sobresalirme ni exaltarme, pero, en verdad, qué golpe me di.
Creerás —sigo adentro— que fue el filo del pie lo que chocó contra la barda. No. O que fue la rodilla, ya en un salto menos hábil. Tampoco. Me estrellé de lleno contra el pecho. Y me dolió tanto el corazón que tuve que preguntarle si quería seguir latiendo. Tímido, incrédulo —poco le dirijo mi atención—, me dijo que sí, pero que, para hacerlo, necesitaba un camino libre, sin murallas; sin golpes, sobre todo.
Y entonces —ten precauciones, corazón— se lo doy.
Así, tan fugaz, tan breve, tan yo, grité. Desde adentro, sin poder —queriendo pero sin poder— decir mucho más. Grité, corazón, grité.

12 de abril de 2011

El fantasma

Paso por aquí para saludar a un fantasma. Y de paso quiero intentar despedirme de él, que no se irá, pues es un fantasma.
Me traiciona una dolorosa brevedad. Se esconde. Me traiciona tanto porque no me dice en dónde se esconde, ni por qué. Y, junto a ella, el fantasma. Sí, ése al que quiero saludar, el mismo del que me quiero despedir.
¡Te quiero conocer, fantasma! Pero nada. ¡Fantasma! Y parece que asoma con timidez la cabeza, pero nada. Los fantasmas carecen de cabeza y de pies, fantasma. Me traiciona tu invisible presencia.
Fantasma. Me traiciona la brevedad de tu propio y atroz fantasma, fantasma.

8 de abril de 2011

Ser

Si dices porque los demás dicen o porque se te antoja.
Si haces porque los demás hacen o porque te produce placer.
Si comes porque los demás comen o porque quieres probar.
Si callas porque los demás callan o porque te quedaste sin palabras.
Si evitas porque los demás evitan o porque te produce dolor.
Si lloras porque los demás lloran o porque no te pudiste contener.
Si miras porque los demás miran o porque te ganó la curiosidad.
Si eres porque los demás son o porque se te dio la gana existir.
Ser, en todo caso. Ser porque quieres; por el placer que te produce; por probar; porque ya no hay palabras; porque te duele; porque no lo pudiste evitar. Ser por ser curioso, ser por ser y ya. Ser; explotar; embeber; destejer y tejer.
Ser, hacer y deshacer. Ser para siempre un ratito.
Porque viste a los demás y quisiste seguirlos; o porque los viste y no quisiste ser como ellos, pero igual quisiste ser.
Ser, a fin de cuentas. Porque un día te levantaste con un excelente humor y pensaste: "Hoy, por qué no; hoy, carajo; hoy, desde luego; hoy, qué mejor; hoy, sin preguntas; hoy, solamente; hoy, simplemente; hoy, decididamente; hoy, como por accidente; hoy, porque tal vez mañana sea diferente; hoy voy a ser."

3 de abril de 2011

Conociéndome

Ahora que creo conocerme todo, un gusano se acerca a mi oído y susurra cosas ininteligibles. Al no entender qué dice, intento interpretar el simple hecho de que un pequeño gusano esté hablándome. Él tampoco me entendería, pienso.
Quizás quiera decirme que no es posible conocer todo de nada, ni siquiera de uno mismo. Porque, al encontrarme estacionado (probablemente por más tiempo del que jamás esperé estar estacionado) miro para atrás y recuerdo cómo era mi conciencia cuando niño; cómo era después de eso; cómo es ahora. Y pienso, en el presente que avanza inexorable, que en este momento estoy completo; pienso que me conozco en un nivel cercano a la perfección.
Entonces llega el gusano y me dice (ahora lo entiendo): "Cualquier momento pasado ha pasado por la máquina interpretativa a la que llamas presente. Y si miras el pasado como algo incompleto, te engañas al creer que este momento es distinto. Ya avanzarás, ya te volverás a mover, ya llegarás a un futuro que se convierta en pasado, y nunca, mientras lo sigas intentado, dejarás de conocerte".
"Gusano malicioso", le digo. Y no sé, pero me gustaría creer que él también me entiende.

2 de abril de 2011

Trampa

Quién no ha sentido ganas de hacer trampa. De no hacer nada haciendo trampa. De mandar lo recto al recto y torcer lo cierto.
Porque hacer trampa no es otra cosa que reunir el valor suficiente para engañarse a uno mismo y transmitir la emoción que el éxito así obtenido produce. Transmitir una mentira dichosa, extraordinariamente contada, escurridiza y, desde luego, efímera.
Porque la trampa de la trampa es que se come solita. Se anula.
Una comunidad tan insólita que, cuanto más crece, más desaparece.

21 de marzo de 2011

Catástrofe

Aunque, lo reconozco, mis ideas se han apagado desde la catástrofe, en ocasiones, sin importar mi estado anímico, me da por expresarme.
El problema es que no puedo; o quizás el problema sea que quiero algo demasiado grandilocuente, y no puedo. En todo caso, lo sé, la práctica construye maestros.
Quiero decir que no voy a dejar de practicar un arte tan noble y directa, o tal vez, incluso, tan inerte.

2 de marzo de 2011

Cómo convivir con un delirio

Un delirio es una idea deliciosa. Qué sabor que tienen los delirios. Dulces, amargos, salados, agrios o picantes, saben, saben mucho.
Pero la característica fundamental de los delirios es que por adentro parecen magníficos, maravillosos, aterradores o, incluso, oníricos, y ya por afuera parecen todo menos una idea valiosa. Que por adentro son perfectos, y por afuera desaparecen.
Bien, tan complicados como pueden parecer, hay formas de lidiar con ellos y seguir el día a día sin hacer demasiado revuelo.
Se trata de conocerlos, de apreciarlos, de acariciarlos, incluso, y de dejarlos fluir. Cuando llegan a salir (porque los delirios más grandes buscarán siempre una ruta de salida) la gente no los entenderá, pero es que no es esa su función.
La función del delirio es permitirle a la cabeza ser un lugar grato para concebir ideas que en algún momento dejarán de ser delirantes para imprimir su huella en la realidad de los demás.
Así, entonces, delira con gusto y con precaución, lector, pues, con suerte, con fuerza y con paciencia, tus ideas podrán convertirse en algún hecho valioso.

25 de febrero de 2011

Fuerza

Que te has preguntado de dónde vienes. Yo también.
Que te has preguntado hacia donde vas. Yo igual.
Que las cosas a veces cambian de lugar. Lo sé.
Pero siempre, hasta en los momentos de mayor debilidad, la has encontrado. Hablo de la fuerza.
De la fuerza que nadie te puede dar. De la que nadie te puede quitar.
Hablo desde adentro. Hablo hacia afuera.
Tenla, no la apagues, pero tampoco la quemes.
Fuerza. Ten fuerza y saldrás.

20 de febrero de 2011

Aprendiendo a amar

Quizás cuando lo logre ya no pueda compartirlo, pero quizás sí. Lo he hecho bien, pero también me he equivocado.
Quiero decir que sé hacerlo, pero también deshacerlo. Y este es un momento en que mis errores superan mis aciertos, por mucho.
Entonces me habla el silencio. Entonces me dice que hace falta más corazón. Lo escucho tanto como puedo. Lo callo tanto como puedo. Lo digo lo mejor que puedo.
Porque estoy aprendiendo a amar. Amar como sé que se puede. Dentro de mi inmadurez que me exige crecer, me detengo un momento a reflexionar y me doy cuenta de que no es posible dejar de aprender.
Que eso es la vida, un constante aprendizaje.
Y yo, dentro de ella, disfrutando y sufriendo alternadamente, me decido a hacer algo de lo más difícil: aprender a amar.

3 de febrero de 2011

Antipatía

Una pistola en su mano derecha. Otra en la mía.
Nos miramos a los ojos primero. Después nos apuntamos. Entretanto nos decimos no sé que cosas que ninguno piensa y que ninguno recordará.
Me gustaría decir que esta historia termina en algo bueno. Que tiene algún mensaje. Que todavía hay esperanza.
Nos apuntamos a la sien, y ninguno parece entender razones ni querer desistir de sus intenciones.
Entiendo entonces lo que significa empatía. Sentimos lo mismo, me imagino, hasta que, aterrado, miro su mano temblar.
Sé que no escucharé nada, pues probablemente la bala entre antes de poder oírla. Y aunque pudiera oírla.
Entiendo entonces lo que significa antipatía. Bajo el arma. Él también.

31 de enero de 2011

El segundo optimista

Un segundo que no duraría más que eso. Pero fue suficiente para reconocer que todos, incluso los que creen conocerlo todo antes de vivirlo, cometen errores.
Y entonces me pregunté si vivimos sólo para recordar, si se trata de detenerse a esperar las atrocidades que se avecinan, o si la idea es hacer de éste, segundo a segundo, el mejor de los mundos posibles.

29 de enero de 2011

Esencia

A menudo lo olvido, o lo olvidamos, quizás. Hablo de la esencia.
No es ganar, como tantas veces se ha malentendido. Pero tampoco es sólo participar, disfrutar del juego por el honor de haber podido formar parte de él. Su esencia es mucho más simple: la esencia del juego es jugar.
Regresar, durante noventa minutos, a la niñez. Olvidar prejuicios. Reventar en emociones. Perseguir o atrapar un balón. Involucrarse tanto dentro del rectángulo verde que sea posible olvidar el tiempo y estar, simplemente, ahí. Borrar todo lo demás y saborear lo que significa la vida entonces.
La esencia no es ni ganar ni perder ni divertirse ni enojarse. La esencia del juego es aligerar todo peso y dejar que el balón, caprichoso, ruede.
Entonces, sin pensar demasiado, acaso sin siquiera reparar en ello, entonces sí, de manera aleatoria, casi automática, entonces sí, inconscientemente, sonreír.

25 de enero de 2011

Humor

Su familia decía que era un cerdo porque nunca se bañaba. Cada seis meses, más o menos, los dejaba sin argumentos.

20 de enero de 2011

La mudanza

Llegué a esta tierra hace poquito. Me dijeron que así estaría mejor, y, pues... pues por eso fue que vine para acá, para estar un poquito mejor.
No, no me quejo, no quiero generar malentendidos. Pero vine para acá para estar lo mejor posible; eso quiero: estar lo mejor posible, y pues... pues por eso vine para acá. Llegué lo más lejos posible en la otra, y no, no quiero que se me malentienda, no me fui por ingrato o por escapista. Me vine para acá para conocer algo que todavía no conozco, algo que aún no encuentro. Pero me dijeron que era por aquí.
No, no recuerdo quién me lo dijo. Ni por qué, ni cuándo. Pero quiero encontrar lo que no pude en la otra tierra.
Déjenme les platico cómo es la tierra de donde llegué, hace poquito. Es una tierra bien linda; un lugar de paisajes inimaginables y de estructuras inconcebibles. Hay un montonal de cosas que sé que aquí no voy a ver, pero vine para acá a conocer cosas que sé que allá no se acostumbran. Por eso me vine para acá, para conocer. Es que me gusta mucho conocer. Y pues... pues apenas llegué hace poquito, y apenas estoy conociendo. No quiero que se me malentienda: sí está muy lindo aquí, pero la verdad extraño mi lugar de origen.
Llegué a este nuevo lugar recién. Y ya le voy agarrando la vibra y el modo. Está medio difícil, no crean que no, pero ya que uno se va acostumbrando se puede uno dar cuenta de que las promesas que nos hacen para llegar acá no son del todo falsas.
Llegué, no crean que no, para estar a gusto aquí. Es sólo que a veces extraño la infinidad de posibilidades de donde soy originario. Aquí, claro, sé que la voy a hacer, nomás que no va a ser tan rápido como allá. Y es que allá los pasos se pueden dar bien grandotes: saltar alto, bajar suavecito y moverse, pues, rico.
No, no me malentiendan, aquí también, he visto, se puede uno mover rico, y saltar, y bajar. Pero como que el cuerpo pesa más, no sé. Como que los pasos se dan más lento, no sé. Como que las calles son más largas, no sé. Pero es el lugar al que llegué, al que vine con harto gusto, al que me mudé para hacer todo lo que allá no pude o no me salió.
Apenas hace poquito que llegué, y apenas le voy agarrando el gusto. Pero es que estaba acostumbrado a otras cosas, y llegar acá me cambió el panorama. No me imaginaba que la realidad fuera así.
Yo vengo de la fantasía, pero no me malentiendan, ahí la voy llevando, ahí la voy llevando.

16 de enero de 2011

Marihuana

Te dejaré, como un olvido en mis recuerdos, guardados en una caja metálica de color azul opaco. Te dejaré salir de vez en cuando a disfrutar de esta inexplicable —inequívoca— solución solitaria. Te dejaré adornos y memorias de lo que hiciste conmigo, de lo que no pude hacer contigo. Te dejaré.
En un silencio estridente, te dejaré. En una oscuridad brillante, te dejaré. En un regreso cíclico, te dejaré. En un espacio pequeño, en un cuarto, en un baño, te dejaré.
En el campo, en la cabaña, en lo que dices cuando callas y en lo que escucho cuando te apagas, te dejaré.
Te dejaré temporalmente, pues para siempre ya te había prometido. Te dejaré para siempre, al menos temporalmente. Te miraré, y a tu recuerdo; te olfatearé, y a tu esencia; te tocaré, y a tus semillas, y a los brotes.
Desde afuera, desde adentro y desde en medio, encerrado, te dejaré.

9 de enero de 2011

Nada

En otro lugar. Esto debería ocurrir en otro lugar, pienso, mientras ocurre aquí. Y luego algo que detiene cual punto. Algo parecido.
Digo "en otro lugar" al hablar de la nada, el lugar que nunca ocurre. Hay otros espacios para la nada; lo único es que nada me detiene. De ahí la búsqueda.
Nunca importó, al final. Y si al querer decir nada destapo la posibilidad de volver a hablar.
Poco a poco.
Ya nada.