27 de julio de 2010

¡Eureka!

¡Eureka!, gritó Arquímedes, antes de saberlo, pero lo sabía.
¿Cómo, me pregunto, siempre me he preguntado, pudo gritarlo antes de saberlo? ¡Eureka!
Una idea no puede ser ni grande ni pequeña ni buena ni mala antes de abandonar la cabeza de quien la genera. Así lo veo, no puede. Es sólo una idea, nada más. Pero Arquímedes dijo eureka antes de salir y antes de sacarla (dicen que lo hizo desnudo). ¿Cómo supo?
Cuántas veces no lo he gritado, confiado; cuántas no he sacado; cuántas no desnudo.
Son quienes saben "eurequizar" la cabeza de los demás con una sola idea genuina los verdaderos genios. La pregunta es de qué depende. No sólo se trata de la gran idea (que antes de salir es sólo una idea, sin adjetivos), se trata, también, de aprender a venderla.
¡Lo he encontrado! aunque sea sólo personal, aunque mañana, al no escuchar ningún eco, se apague. Pero, por lo pronto, mientras me hace brillar desde adentro, ¡Eureka!

26 de julio de 2010

Ya no está Gaby

Hoy ya no está. Y sé que ayer tampoco, ni antier, pero hace poco, lo juro, hace muy poquito, todavía sentía su calor.
Hoy más que nunca ya no está, hoy menos que siempre. Ahora me pesa su ausencia, su completa, rotunda y, por qué no, eterna ausencia; aunque hace poco, lo juro, hace muy poquito, todavía su boca se reía de la mía.
Pero hoy ya no está Gaby. Como a manera de cuento de Auster, ha pasado de ser la futura señora de Azul a la ex futura señora de Azul, pues con el presente no se juega.
Hoy que menos que nunca está aquí conmigo, y que la recuerdo con la profunda tristeza que me produce su alegre memoria, juro, lo juro, por si ya no me acuerdo en un futuro más futuro que su ahora ex futura permanencia, que hace poco, hace muy poquito, todavía me amaba.

21 de julio de 2010

Momia

Tenía cinco. En el concurso de disfraces del Montessori de San Jerónimo participé como una momia. Perdí.
Siempre le atribuiré mi derrota al calor. Resulta que mi mamá me mandó vendado hasta la cara, hasta la frente, hasta el pelo, que ya era mucho. Perdí el concurso de disfraces del día de muertos de 1992, en aquella escuela.
Y es que el jurado deliberó a partir de las doce del día, y qué calor para estar vendado hasta el cuello, hasta la cara, que ofrecí completa en mi derrota. "Y aquí tenemos al atropellado del periférico", apenas ahora recuerdo, dijo el juez, un maestro de primaria.
No era eso, era una momia, y se lo dije, a él y al público que presenció su juicio (y el mío, y mi defensa: era una momia, lo dije, pero nadie me escuchó: era una momia).
Así perdí el concurso, que aun si hubiera aguantado el calor (como aguanté la humillación de ser confundido con un simple atropellado), habría sido difícil ganar.
Una momia, hasta en estos días de tolerancia, puede menos que un atropellado, un muerto, en día de muertos. Porque una momia puede llegar a ser tan ajena que incluso un atropellado del periférico pude más y significa más, aunque los dos pierdan en contra de una carismática y trillada calabaza con cara de niño.
Fue mi cara, de niño, la que me delató, la que les permitió saber que no era yo, ni una momia, ni un atropellado. Era un perdedor vendado hasta el cuello.
Pero les gané: supe que perdería y supe pararme, frente a todos, como un gran y absoluto perdedor —atropellado—.

6 de julio de 2010

Si tú sí...

"A ver si tú sí duras", con la mirada hacia otro lado, pues era su prima...
Ahora que terminó me pregunto si he durado, como en respuesta a una pregunta que alguien me hizo sin querer hacerme nada, sin querer siquiera verme. Creo que llegó para ponerle una inyección a alguien más, pero me la puso a mí.

5 de julio de 2010

Recuerdo

A las 23:23 horas tomé con la mano derecha la caja de cereal: "... si regresa, es tuyo, si no, nunca lo fue", terminé de leer.
Aunque la palabra nunca es demasiado extensa para ser mencionada en un sólo momento, aunque yo no quería, en realidad, tener nada, entendí que era necesario tomar una decisión. La consecuencia sería recordarlo o vivirlo otra vez, y ni el recuerdo ni yo decidiríamos. Sería, tal vez, ella, tal vez la vida. Tal vez nunca más.
Para quedarme, entonces, con ella o con su recuerdo. Pero alguno de los dos, sin duda —acaso ambos—, tendría que terminar por esfumarse con el tiempo.
Tendría que terminar por seguir siendo sólo la vida.

Las palabras

Es verdad que las palabras también se escuchan en el silencio. Querría haberlo dicho de esta o de alguna otra manera. Ahora hay silencio, porque el silencio también se escucha en las palabras.
"Te quiero, y eso es suficiente", pensé en silencio. Lo escribí para no olvidarlo, lo escribí para algún día decirlo, para algún día decírselo.
Pero no, al final no atiné a decirlo (ni siquiera atiné a escucharme en silencio), sólo atiné al desatino.
Pienso en lo que se ve cuando no hay fuerza para abrir los ojos, en lo que se siente cuando no hay fuerza para salir, en lo que se escucha cuando no hay fuerza para callar.
Porque aunque haya palabras más bonitas que el silencio, son tan pocas que difícilmente se escuchan ya.
Y es entonces cuando la búsqueda cesa, cansada de sí misma. Ya no se ve, ya no se siente, ya no se oye.