1 de marzo de 2010

Monstruos

Ambos habitaban el mismo lugar, pero siempre prefirieron ignorarse, cada quién por su lado.
Cuando por fin, por coincidencia, por azar o por decisión —nunca lo sabremos, mientras se mantenga el hermetismo—, los dos monstruos se encararon, sintieron miedo, por decir lo menos.
Miedo, ante la posibilidad de, por fin, conocerse; miedo, ante la presencia de un monstruo (¿sabrían, antes de este fundamental evento, que siempre estuvieron en la presencia de uno?); miedo, ante lo que pudiera ocurrir, ante lo desconocido, y miedo, sobre todo, ante la posibilidad de que la oportunidad no se repitiera jamás.
Así, con desconocimiento absoluto, quizás con suerte, quizás sin ella, dos monstruos se miraron fijamente a los ojos. Todavía se escucha el eco de dos carcajadas monstruosas, y cuesta trabajo creer que eso haya sido todo.
Algo ocurrió que nunca sabremos, pues ya no se han visto monstruos en ese lugar (tal vez todavía se vean).





No hay comentarios:

Publicar un comentario