3 de marzo de 2010

Leer

Leer, con el trabajo que me cuesta. Eso sí, cuando lo logro me encanta; el problema es que no lo hago con la frecuencia que me gustaría.
Pedí unos libros por Internet y llegaron más rápido de lo que esperé. Mientras, sin pensar en que pudieran llegar tan rápido, leía otro libro cualquiera. Bueno, pues llegaron y yo no terminaba aún el libro que había empezado. Pensé en una magnífica solución: no abriría la caja de los libros recién llegados hasta no terminar el libro que leía. Luego pensé en que esa caja podría ser la caja de la lectura, una infinita fuente motivacional para leer todos los libros que quisiera con la promesa permanente de que, al acabarlos, podría al fin abrirla. Me pregunté, cuando por fin terminé el libro que me permitiría abrir el ansiado paquete, qué pasaría si la caja estuviera vacía.
Me parece ahora fantástico el poder que un pedazo de cartón puede tener sobre nuestros pensamientos y nuestras acciones cuando se desconoce lo que hay en el interior.
En ocasiones creo que la vida se resume en eso, en un pedazo de cartón cerrado que por dentro puede estar vacío. Pero haremos y pensaremos —quizás hasta leeremos— todo lo que sea necesario para descubrir su interior.
Cuando por fin la abrí, encontré otra caja adentro. Todavía no he decidido cómo abrirla.





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