21 de febrero de 2010

Prohibido

Lo prohibido; lo que no se puede, lo que no se dice, lo que no se hace, lo que no deberíamos. Pero, al final, ocurre.
Es eso lo prohibido. Una gran y rotunda etiqueta que dice: no te atrevas a pasar, porque te va a gustar y, cuando ya no lo tengas, cuando ya estés afuera —siempre salimos—, te va a doler.




18 de febrero de 2010

Persiguiendo fantasmas

Tenía que admitir que había salido hipnotizado de la conferencia. Y cuánto duró.
Días después, no podía hacer más que pensar en lo que había escuchado. Las palabras se repetían y se repetían como la estela de lo que siempre había querido saber. Pero no podía saber.
Ya no las veía —nunca las vio— pero las seguía escuchando. Y entonces se preguntó por qué la mayoría de la gente cree ciegamente en lo que puede observar y desconfía permanentemente de lo que no puede observar.
"¿Será que antes del microscopio —se preguntó— no existían los microbios?" Él, junto con miles de personas más —incluso las que desconfiaban permanentemente de cualquier cosa que no pudieran ver—, estaba seguro de que los microbios habían estado ahí todo el tiempo, esperando a que alguien inventara algo tan lógico y universal como para que (casi) nadie se atreviera negarlos.
Ahora esperaría para ver lo que todavía no podía ver. Quizás nunca podría, pero igual estaba seguro. A veces se sentía un microbio; desconfiando sistemáticamente, sin creer ciegamente, sabía que existía. ¿Quién lo observaba?

2 de febrero de 2010

El futbol

Y es que lo había olvidado, porque siempre olvido lo más importante. Sé ahora, al recordar, de dónde viene la pasión, la verdadera felicidad.
Eran veintidós niños persiguiendo un balón (bueno, veinte: los porteros esperaban) sin saber por qué. Pero sus papás —ésos, los que alientan, los que gritan, los que no juegan, los que quisieran, los que alguna vez quizás jugaron— sí que saben por qué.
Y es que el futbol, no recordaba, es eso. La verdadera pasión, la verdadera felicidad nace ahí. Vi a un tal Brayan, de complexión robusta, cobrar todos los tiros de esquina de su equipo. Uno de esos se le fue al portero del equipo rival. "Pára ésas, hijo", le dijo su papá en el medio tiempo. "¡Cómo se te puede ir un gol así! Tienes que estar bien concentrado".
Y después del medio tiempo, después de los papás que gritan pero que no juegan, los hijos siguieron jugando. Redefinen cada fin de semana la esencia del juego: divertirse aunque los papás se frustren; correr de veinte en veinte (los porteros esperan) detrás de un balón; mirar de reojo al público que siempre pedirá más.
Ellos sólo quieren jugar, sin pedir nada a cambio. Después, con el tiempo, con el crecimiento, con la madurez, con la edad, el juego va cambiando. Es entones cuando deberíamos voltear a verlos —a vernos—: qué más da el gol y lo que produce, si lo que importa es correr atrás de un balón, aunque suene el silbato, aunque los papás griten, aunque después sea el balón el que corra detrás de nosotros.