21 de octubre de 2010

Música

Hoy es el día en que la música del azar toca sus mejores melodías en silencio. Un silencio tan fuerte que se escucha. Un hueco tan íntegro, tan rotundo, que pesa. Una armónico secreto.
Porque es sin dejar de tocar su melodía que el azar —siempre hermético— encuentra sentido en sí mismo.

8 de septiembre de 2010

Un significado

Porque su inteligencia no se parece a la de los demás: con una desinhibida precisión aleatoria marca, palabra a palabra (algunas veces), gesto a gesto (otras tantas), sonido a sonido (algunas más) y respuesta a respuesta (casi todas) su propio ritmo. Pero sin querer, a veces, y calculando los momentos de entrada sólo con la pauta brindada por sus impulsos azarosos. Y es ella, y lo que dice, y cómo lo dice, y cuánto lo dice. Le gusta hablar —lo hace— y hacer —lo dice—.
Le hablé, por fin, del tren. Por primera vez a ella. Quería conocer, después de la ausencia, la opinión del sueño que se repite. Y si con el presente no se juega, ¿qué habría querido decir su regreso? ¿Y el mío? Poco más que azar, poco menos que casualidad.
Y me dice lo que significa como nadie lo había hecho. En un buen momento —el peor para estar, el mejor para escuchar—. Y cuánto me lo dice. Pero a la luz de la interpretación consigo entender más: otros sueños, otros elementos, otras recurrencias.
Ahora tiene un significado. Moverme y que nadie me vea, comenzar a caminar, desapercibido, sólo para tomar vuelo y empezar a correr, ignoto ya, así despegar el vuelo, absolutamente desconocido, y no despedirme de nada mas que con la desaparición final

23 de agosto de 2010

Interacción con una gata

Ya desde niño me lo preguntaba a menudo. ¿Cómo sería para ella, desde su vida gática, desde su perspectiva felina, la interacción conmigo? Porque interactuamos desde hace mucho tiempo ya, y aún me lo pregunto.
Dormida sobre mi silla, abarcándola toda con su enorme —sensata— pequeñez. Duerme. Quiero sentarme a trabajar en la computadora, Gata, pienso, y no me molesto en moverla a otro lugar: la cargo. Pero tampoco me molesté en despertarla —gesto descortés— y por eso intenta morderme. Pero, dormida y todo, no pasa un segundo antes de que me reconozca: lo evita.
Sentado ya, sobre la silla que abarco con mi diminuta —sensata— presencia, reflexiono sobre cómo lo habrá visto ella, dormida ya sobre la cama.

16 de agosto de 2010

Navegando

Aguas claras y aguas oscuras, pero navegando.
Y seguí el viaje, pues no podría haber parado, imposible.
Navegar y conocer lo desconocido. Y navegar más y desconocer más, también.
Y el mundo, que es grande (qué digo grande, infinitamente explorable, pues el tamaño de las cosas es una mera cuestión de persepectiva) tampoco deja de rodar.
Así navegar y conocer otros mundos dentro de éste, y afuera también.
¿Sería también mundo el de afuera?
Para contestar fue necesario seguir navegando.

11 de agosto de 2010

Metrobús

Viajar en metrobús, además de ahorrar tiempo y evitar el tráfico, tiene varias ventajas desconocidas. Así, casi sin pedirlo, entró un niño futbolista —tal vez siete años— y su padre —más de cuarenta—. Hablaba: de futbol, de televisión, de casi cualquier cosa. El padre escuchaba: impaciente. Pero la energía de un niño para hablar (cuando la tiene) es inagotable.
Le pidió: Papá, deletrea Wal-Mart (pasábamos cerca de uno). El papá lo hizo: Doble u, a, ele, eme, a, erre, te. Pasó un rato, y luego pasamos cerca de ese edificio: A ver, papá, deletrea Secretaría de Seguridad Pública. El papá, que ya desde antes mostraba desgano, sólo dijo que no.
Pero las energías no se acaban cuando hay algo de que hablar, y en ocasiones lo olvidamos. Algunos niños no lo hacen: Bueno, una más corta, dijo al final.

3 de agosto de 2010

Sobre la cornisa

Inevitable aunque lo preví
Camino otra vez sobre la cornisa
Y este cambio repentino que no avisa
¿También te habrá dejado algo de mí?

Hace un par de años yo creí
Que tu sonrisa no era mía
Y ahora, sin saberlo todavía
Ya no quiero hacerte sonreír

Una y otra vez sobre la cornisa
Y si me caigo, y si suaviza
Mi caída tu mirada de la que huí
Sería casualidad, sería por ser, tú dí

Inevitable: no tendría que ser así
Ni el miedo, cuando mi pie no pisa
Cuando subo y camino en la cornisa
Y todo por intentar olvidarme de ti

27 de julio de 2010

¡Eureka!

¡Eureka!, gritó Arquímedes, antes de saberlo, pero lo sabía.
¿Cómo, me pregunto, siempre me he preguntado, pudo gritarlo antes de saberlo? ¡Eureka!
Una idea no puede ser ni grande ni pequeña ni buena ni mala antes de abandonar la cabeza de quien la genera. Así lo veo, no puede. Es sólo una idea, nada más. Pero Arquímedes dijo eureka antes de salir y antes de sacarla (dicen que lo hizo desnudo). ¿Cómo supo?
Cuántas veces no lo he gritado, confiado; cuántas no he sacado; cuántas no desnudo.
Son quienes saben "eurequizar" la cabeza de los demás con una sola idea genuina los verdaderos genios. La pregunta es de qué depende. No sólo se trata de la gran idea (que antes de salir es sólo una idea, sin adjetivos), se trata, también, de aprender a venderla.
¡Lo he encontrado! aunque sea sólo personal, aunque mañana, al no escuchar ningún eco, se apague. Pero, por lo pronto, mientras me hace brillar desde adentro, ¡Eureka!

26 de julio de 2010

Ya no está Gaby

Hoy ya no está. Y sé que ayer tampoco, ni antier, pero hace poco, lo juro, hace muy poquito, todavía sentía su calor.
Hoy más que nunca ya no está, hoy menos que siempre. Ahora me pesa su ausencia, su completa, rotunda y, por qué no, eterna ausencia; aunque hace poco, lo juro, hace muy poquito, todavía su boca se reía de la mía.
Pero hoy ya no está Gaby. Como a manera de cuento de Auster, ha pasado de ser la futura señora de Azul a la ex futura señora de Azul, pues con el presente no se juega.
Hoy que menos que nunca está aquí conmigo, y que la recuerdo con la profunda tristeza que me produce su alegre memoria, juro, lo juro, por si ya no me acuerdo en un futuro más futuro que su ahora ex futura permanencia, que hace poco, hace muy poquito, todavía me amaba.

21 de julio de 2010

Momia

Tenía cinco. En el concurso de disfraces del Montessori de San Jerónimo participé como una momia. Perdí.
Siempre le atribuiré mi derrota al calor. Resulta que mi mamá me mandó vendado hasta la cara, hasta la frente, hasta el pelo, que ya era mucho. Perdí el concurso de disfraces del día de muertos de 1992, en aquella escuela.
Y es que el jurado deliberó a partir de las doce del día, y qué calor para estar vendado hasta el cuello, hasta la cara, que ofrecí completa en mi derrota. "Y aquí tenemos al atropellado del periférico", apenas ahora recuerdo, dijo el juez, un maestro de primaria.
No era eso, era una momia, y se lo dije, a él y al público que presenció su juicio (y el mío, y mi defensa: era una momia, lo dije, pero nadie me escuchó: era una momia).
Así perdí el concurso, que aun si hubiera aguantado el calor (como aguanté la humillación de ser confundido con un simple atropellado), habría sido difícil ganar.
Una momia, hasta en estos días de tolerancia, puede menos que un atropellado, un muerto, en día de muertos. Porque una momia puede llegar a ser tan ajena que incluso un atropellado del periférico pude más y significa más, aunque los dos pierdan en contra de una carismática y trillada calabaza con cara de niño.
Fue mi cara, de niño, la que me delató, la que les permitió saber que no era yo, ni una momia, ni un atropellado. Era un perdedor vendado hasta el cuello.
Pero les gané: supe que perdería y supe pararme, frente a todos, como un gran y absoluto perdedor —atropellado—.

6 de julio de 2010

Si tú sí...

"A ver si tú sí duras", con la mirada hacia otro lado, pues era su prima...
Ahora que terminó me pregunto si he durado, como en respuesta a una pregunta que alguien me hizo sin querer hacerme nada, sin querer siquiera verme. Creo que llegó para ponerle una inyección a alguien más, pero me la puso a mí.

5 de julio de 2010

Recuerdo

A las 23:23 horas tomé con la mano derecha la caja de cereal: "... si regresa, es tuyo, si no, nunca lo fue", terminé de leer.
Aunque la palabra nunca es demasiado extensa para ser mencionada en un sólo momento, aunque yo no quería, en realidad, tener nada, entendí que era necesario tomar una decisión. La consecuencia sería recordarlo o vivirlo otra vez, y ni el recuerdo ni yo decidiríamos. Sería, tal vez, ella, tal vez la vida. Tal vez nunca más.
Para quedarme, entonces, con ella o con su recuerdo. Pero alguno de los dos, sin duda —acaso ambos—, tendría que terminar por esfumarse con el tiempo.
Tendría que terminar por seguir siendo sólo la vida.

Las palabras

Es verdad que las palabras también se escuchan en el silencio. Querría haberlo dicho de esta o de alguna otra manera. Ahora hay silencio, porque el silencio también se escucha en las palabras.
"Te quiero, y eso es suficiente", pensé en silencio. Lo escribí para no olvidarlo, lo escribí para algún día decirlo, para algún día decírselo.
Pero no, al final no atiné a decirlo (ni siquiera atiné a escucharme en silencio), sólo atiné al desatino.
Pienso en lo que se ve cuando no hay fuerza para abrir los ojos, en lo que se siente cuando no hay fuerza para salir, en lo que se escucha cuando no hay fuerza para callar.
Porque aunque haya palabras más bonitas que el silencio, son tan pocas que difícilmente se escuchan ya.
Y es entonces cuando la búsqueda cesa, cansada de sí misma. Ya no se ve, ya no se siente, ya no se oye.

21 de junio de 2010

A partir del tiempo

Pensé en otra oportunidad. Viajar en el tiempo, parecía. El tiempo de adentro me hizo recordar que es posible viajar al pasado. El tiempo de afuera, sin embargo, siempre avanza hacia adelante.
Ir dos años al pasado dos años después, sólo para regresar a este momento, que siempre se esfuma al intentarlo describir.

14 de junio de 2010

Tiempo

Sin embargo, sabremos que el tiempo se inventó por el perpetuo miedo a la eternidad.

La diferencia

El error está en no empezar por las diferencias. Se trata de ver primero qué es distinto, con la finalidad de ver cómo se puede parecer y cómo, definitivamente, no.
Todo porque los seres humanos tienen una tendencia natural, una vez que se han adaptado a un entorno generalizable, a repeler —a odiar, en ocasiones— todo lo que resulte ajeno (o demasiado cercano).

29 de mayo de 2010

Espuma

Todo lo que sube como espuma, como la espuma misma baja. Y ni el mar puede —por eso no lo intenta ya— contrarrestarlo.
Lo que sube como la espuma, pues, y termina siendo sólo más agua en la marea.

18 de mayo de 2010

Metáfora

Dices que si tú "fueras una metáfora, fueras el Sol".
Eres una metáfora; eres el Sol.

17 de mayo de 2010

Bolsa basura

Una bolsa para basura que se convierte, con el paso del tiempo, en basura. Resulta que, al extenderla, me doy cuenta de que tiene un enorme hoyo en el fondo, y, así, la bolsa termina siendo parte de lo que fue diseñada para eliminar.
Y mientras reflexiono esto, pienso:
Si yo fuera una metáfora, fuera el cielo.

16 de mayo de 2010

La derrota

El gol cayó a falta de tres minutos para que el partido terminara. Cuando todas las expectativas, los deseos y las ilusiones se depositan en un único evento con 90 minutos de duración, en un único evento que, con el paso del tiempo, se va transformando en un instante, en un único evento que, a falta de tres minutos, se convierte ya en otro, los resultados pueden ser desalentadores.
Y es así como se entiende que el significado de una victoria anticipada que se transforma, a falta de tres minutos, en empate, no puede ser otro que el amargo sabor de la derrota.

10 de mayo de 2010

Hipomanía

Pude. Sin poder parar, pude. Pero ya hace mucho de eso.
Y si es el cerebro de adentro o el de afuera, no sé; pero ocurre en algún lugar.
Confianza, creatividad y energía. Y, así, como llegan, toda la energía, toda la creatividad y toda la confianza, se van. Algo dejan, sin embargo. Si es el cerebro de afuera o el de adentro; no sé. Algo dejan en los dos, sin embargo; toda la creatividad, y la confianza. Y la energía.
Y ahora —porque es justo ahora— que ni enérgico ni creativo ni confiado lo recuerdo, me gustaría volverlo a leer. Porque es así como podría ser el cerebro de afuera, leyéndolo. Y entonces —no ahora, después de leerlo— qué enérgico, qué creativo. Aparte, qué confianza.
¿Sirvió? Dicen —ellos, los que sí saben, los que sí estudian, los del cerebro de afuera— que sí, que un poco. Digo yo, que alguna vez tuve el cerebro adentro del cráneo y que lo intenté sacar (por eso me acuerdo) que sí, que sirvió tanto que quiero más.
Habría que empezar con confianza.

(click!)

3 de mayo de 2010

Mundial de futbol

Mi amor por el futbol nació cuando tenía siete años con siete meses, en el mundial de Estados Unidos '94.
Desde entonces, mi vida es regida por un ciclo primario que se repite cada cuatro años: el mundial de futbol. Así, a los siete viví con tristeza la eliminación en octavos ante Bulgaria, en una medrosa tanda de penales. Después, a los once, presencié entre lágrimas la eliminación de unas de las mejores selecciones que yo recuerde, el mundial fue Francia '98; el verdugo fue alemania, con un 2 - 1 anotado cerca del final mediante un contundente cabezazo de Bierhof.
Más adelante, en tercero de secundaria, viví —más bien como zombie— el mundial de Corea - Japón del 2002. Todos los partidos fueron de madrugada pero, así y todo, recuerdo con dolor la derrota ante Estados Unidos, también en los octavos. Por último, ya en la Universidad, vi con ilusión el mundial de Alemania '06. México no mostró mucho, salvo en el juego de octavos ante Argentina, en donde, de cualquier forma, quedó eliminado en tiempo extra con un marcador de 2 - 1.
Ahora, cuatro años después, espero con la misma alegría que dé inicio la copa del mundo. ¿Qué sentiré ahora cuando México juegue los octavos? Quizás lo mismo. Lo importante es que, como el ciclo se renueva, no tengo memoria suficiente para evitar sentirme ilusionado.

28 de abril de 2010

Luna

Decían hace mucho que fue porque un conejo se impactó directamente sobre su superficie. No sé cuántas culturas, hace miles de años, especularon lo mismo. Y no erraron.
Por eso el día que la luna, cansada, nos dio la espalda, fue un impacto paulatino y certero sobre nuestras expectativas. De lo que un pleno círculo, luminoso, podría significar.
Nos dio la espalda, pero no nos negó, y no se negó; siguió presente, siguió alumbrando. Se volteó, pero no dejó de mostrarnos la cara, su otra cara; quizás su otra intención.
Inédita, al final, la luna sólo quería decir que es "mucho más que una mancha de conejo"; desafortunadamente duró tan poco que, para cuando todos, juntos, voltearon, ella también se había volteado. Sí, el conejo se había escondido para que alguien lo siguiera, pero ya estaba de regreso.
Aunque la verdad es que nadie la vio girar. Fue sólo que el conejo sacaba la lengua. Especulé sobre el cansancio de moverse, aunque fuera alrededor de uno mismo.
¿De dónde más podía venir el brillo? ¿Del Sol?

9 de abril de 2010

Amigos

Triste al ver que muchas de mis palabras ya no tienen eco. No puedo estar seguro de que así fuera, pero recuerdo que sonaban más de una vez.
Y no necesito irme a un monte perdido, a un desierto inhóspito o a una cabaña alejada de la civilización —recetas adecuadas, todas, de acuerdo con lo que he escuchado, para desvincularse de la sociedad— para estar solo. Me gusta, es lo que pasa, disfruto esta soledad parcial que se deshace con cada persona nueva que desconozco, que se reinventa cada que me despido de alguien conocido.

3 de abril de 2010

Días de exceso

Los días comenzaron, como era de esperarse, a perder la medida.
El descenso —dicen— tenía, tiene, tendrá forma de espiral. Yo no vi forma alguna; sólo veía, veo, veré la informe figura del caos.
Pero hay que tocar fondo —digo— para tomar fuerza y volver a subir.

28 de marzo de 2010

Antes de que te vayas

Antes de que te vayas quiero decirte, aunque ya lo sepas, que te quiero. Antes de que te vayas quiero decirte que me cuesta trabajo, pero que sé que estarás en un mejor lugar. Antes de que te vayas quiero agradecerte por todo lo que me diste y me seguirás dando: tu cariño, tu sabiduría disfrazada de ingenuidad, tu eterno apoyo.
A últimas fechas, creo que he dejado de ser una persona de muchas palabras, pero de cualquier manera quiero aprovechar para despedirme. Son pocas las cosas que atesoraré tanto en eso que nos conforma como seres humanos —los recuerdos— como tu sonrisa y tu gran humor.
Todos, en fin, difícilmente sólo yo, te recordaremos por eso que siempre le diste al mundo: alegría.
De Tom para la Agüela.

17 de marzo de 2010

A medias

Y entonces quizás lo deje. El vaso está justo a la mitad; por azar, seguramente, pero ahí está, así está, y casi siento que me mira.
Un trago más y seré cómplice de una actitud negativa —el vaso medio vacío (ya más vacío que eso)—, un trago menos y podría haber sido cómplice de una actitud positiva —el vaso medio lleno (entonces más lleno que esto, entonces menos vacío)—.
Pero las circunstancias ahora me orillan a reflexionar mientras el vaso medio a la mitad me mira y me pregunta qué haré a continuación. ¿Qué actitud he de tomar? ¿He de tomar? Al reflexionar sobre el pasado siempre queda la boca llena de "hubieras"; al hacerlo sobre el futuro, llena de "podrías". Mientras el vaso me mira, sé que si hubiera tomado podría decir cualquier cosa; pero no, no digo nada.
Otro trago, ya en el pasado, me dice que el futuro sólo me puede deparar un vaso vacío. Todavía puedo decidir si eso quiere decir algo o si sólo estoy ya (medio) borracho.




Observar (pero con los ojos cerrados)

Me parece que es la tendencia natural de los seres humanos a desconfiar de lo que dicen los demás. Algunos son demasiado crédulos, cómo negarlo; pero la mayoría duda. Y qué bueno, que duden; pero si dudar de manera habitual lleva a la ociosa práctica de negar antes de conocer, entonces mejor que sean crédulos, yo digo.
Es bastante simple, lo que vi mientras cerraba los ojos (o lo que me pregunté mientras lo veía). ¿Por qué dudar de la capacidad de imaginar? Pues porque nadie puede ver la imaginación de nadie. Pero todos pueden ver la propia. Creemos ciegamente en lo que podemos observar porque los demás también lo observan, pero, sobre todo, creemos ciegamente porque los demás dicen que también lo observan. Así, ojos abiertos o cerrados, podemos todos ver la imaginación, el pensamiento o las emociones no expresadas, mientras seamos capaces de decirlo, aunque no todos nos vean diciéndolo, aunque algunos sólo nos escuchen, aunque algunos sólo nos lean.





11 de marzo de 2010

Ello y yo

No estoy vacío, pero igual no siento nada. Casi nada —casi—. Nada, al final —nada—.
"Pero si el ello soy yo, doctor", le diría; no soy psicoanalista, pero eso le diría.
Ello, lejano, distante, probablemente ajeno; inherentemente mío, intrínsecamente yo, esencialmente yo.
Era
yo, el ello era yo: extraño —y lo extraño—.




3 de marzo de 2010

Leer

Leer, con el trabajo que me cuesta. Eso sí, cuando lo logro me encanta; el problema es que no lo hago con la frecuencia que me gustaría.
Pedí unos libros por Internet y llegaron más rápido de lo que esperé. Mientras, sin pensar en que pudieran llegar tan rápido, leía otro libro cualquiera. Bueno, pues llegaron y yo no terminaba aún el libro que había empezado. Pensé en una magnífica solución: no abriría la caja de los libros recién llegados hasta no terminar el libro que leía. Luego pensé en que esa caja podría ser la caja de la lectura, una infinita fuente motivacional para leer todos los libros que quisiera con la promesa permanente de que, al acabarlos, podría al fin abrirla. Me pregunté, cuando por fin terminé el libro que me permitiría abrir el ansiado paquete, qué pasaría si la caja estuviera vacía.
Me parece ahora fantástico el poder que un pedazo de cartón puede tener sobre nuestros pensamientos y nuestras acciones cuando se desconoce lo que hay en el interior.
En ocasiones creo que la vida se resume en eso, en un pedazo de cartón cerrado que por dentro puede estar vacío. Pero haremos y pensaremos —quizás hasta leeremos— todo lo que sea necesario para descubrir su interior.
Cuando por fin la abrí, encontré otra caja adentro. Todavía no he decidido cómo abrirla.





1 de marzo de 2010

Monstruos

Ambos habitaban el mismo lugar, pero siempre prefirieron ignorarse, cada quién por su lado.
Cuando por fin, por coincidencia, por azar o por decisión —nunca lo sabremos, mientras se mantenga el hermetismo—, los dos monstruos se encararon, sintieron miedo, por decir lo menos.
Miedo, ante la posibilidad de, por fin, conocerse; miedo, ante la presencia de un monstruo (¿sabrían, antes de este fundamental evento, que siempre estuvieron en la presencia de uno?); miedo, ante lo que pudiera ocurrir, ante lo desconocido, y miedo, sobre todo, ante la posibilidad de que la oportunidad no se repitiera jamás.
Así, con desconocimiento absoluto, quizás con suerte, quizás sin ella, dos monstruos se miraron fijamente a los ojos. Todavía se escucha el eco de dos carcajadas monstruosas, y cuesta trabajo creer que eso haya sido todo.
Algo ocurrió que nunca sabremos, pues ya no se han visto monstruos en ese lugar (tal vez todavía se vean).





21 de febrero de 2010

Prohibido

Lo prohibido; lo que no se puede, lo que no se dice, lo que no se hace, lo que no deberíamos. Pero, al final, ocurre.
Es eso lo prohibido. Una gran y rotunda etiqueta que dice: no te atrevas a pasar, porque te va a gustar y, cuando ya no lo tengas, cuando ya estés afuera —siempre salimos—, te va a doler.




18 de febrero de 2010

Persiguiendo fantasmas

Tenía que admitir que había salido hipnotizado de la conferencia. Y cuánto duró.
Días después, no podía hacer más que pensar en lo que había escuchado. Las palabras se repetían y se repetían como la estela de lo que siempre había querido saber. Pero no podía saber.
Ya no las veía —nunca las vio— pero las seguía escuchando. Y entonces se preguntó por qué la mayoría de la gente cree ciegamente en lo que puede observar y desconfía permanentemente de lo que no puede observar.
"¿Será que antes del microscopio —se preguntó— no existían los microbios?" Él, junto con miles de personas más —incluso las que desconfiaban permanentemente de cualquier cosa que no pudieran ver—, estaba seguro de que los microbios habían estado ahí todo el tiempo, esperando a que alguien inventara algo tan lógico y universal como para que (casi) nadie se atreviera negarlos.
Ahora esperaría para ver lo que todavía no podía ver. Quizás nunca podría, pero igual estaba seguro. A veces se sentía un microbio; desconfiando sistemáticamente, sin creer ciegamente, sabía que existía. ¿Quién lo observaba?

2 de febrero de 2010

El futbol

Y es que lo había olvidado, porque siempre olvido lo más importante. Sé ahora, al recordar, de dónde viene la pasión, la verdadera felicidad.
Eran veintidós niños persiguiendo un balón (bueno, veinte: los porteros esperaban) sin saber por qué. Pero sus papás —ésos, los que alientan, los que gritan, los que no juegan, los que quisieran, los que alguna vez quizás jugaron— sí que saben por qué.
Y es que el futbol, no recordaba, es eso. La verdadera pasión, la verdadera felicidad nace ahí. Vi a un tal Brayan, de complexión robusta, cobrar todos los tiros de esquina de su equipo. Uno de esos se le fue al portero del equipo rival. "Pára ésas, hijo", le dijo su papá en el medio tiempo. "¡Cómo se te puede ir un gol así! Tienes que estar bien concentrado".
Y después del medio tiempo, después de los papás que gritan pero que no juegan, los hijos siguieron jugando. Redefinen cada fin de semana la esencia del juego: divertirse aunque los papás se frustren; correr de veinte en veinte (los porteros esperan) detrás de un balón; mirar de reojo al público que siempre pedirá más.
Ellos sólo quieren jugar, sin pedir nada a cambio. Después, con el tiempo, con el crecimiento, con la madurez, con la edad, el juego va cambiando. Es entones cuando deberíamos voltear a verlos —a vernos—: qué más da el gol y lo que produce, si lo que importa es correr atrás de un balón, aunque suene el silbato, aunque los papás griten, aunque después sea el balón el que corra detrás de nosotros.

25 de enero de 2010

Ciclos

Si hay regularidad o si no. Si los ciclos se repiten —como en una suerte de espiral, alejándose cada vez más del origen, acercándose cada vez más al centro, pero pareciéndose todo el tiempo, sin centro y sin origen— o si no —como una mota de polvo—.
A veces arriba y a veces abajo, eso sí, eso siempre. Me gustaría tener un marco de referencia más flexible para definir con claridad qué es arriba y qué es abajo, pero sólo tengo el de los demás (y me da miedo, todavía, inventar uno propio).
Con todo y como sea, sin origen —entonces— y sin centro —todavía—.

21 de enero de 2010

Gestalt

No sé cuándo decidí creer que podía madurar. Ahora, a veces, creo que puedo madurar. Y no sé —entre tanta teoría y tanta práctica que me dice que el verdadero cambio llega cuando uno se convierte en lo que es, y no cuando uno intenta convertirse en algo que no es— qué o quién soy. Pero me repito que soy maduro o, al menos, que puedo serlo.
Lo que no sé es si ser maduro es ser lo que soy. Si no, y si consigo la madurez, llegaré a ser menos yo. Afortunadamente en ocasiones me detengo a pensar, me detengo para no madurar, y recuerdo lo bien que me puedo sentir al conseguir el cambio: ése que llega cuando sigo siendo yo mismo.

11 de enero de 2010

La de buró

La borrachera más triste es ésa que te da tanto tiempo para estar contigo mismo, tanto tiempo para reflexionar, que te termina llevando a la tristísma, desalentadora y pesada conclusión —siempre correcta— de que mañana será un día difícil (al menos en la mañana, cuando más duele la cabeza, cuando mejor sabe el agua).
Hablas con alguien, por ejemplo (pues el tipo de borrachera que refiero no pertenece, necesariamente, al exclusivo y solitario grupo que termina, necesariamente, con la cabeza postrada sobre un buró), y te entretienes, pues el alcohol lo permite. No lo suficiente, sin embargo, para detener el pensamiento del día que mañana llegará —siempre llega—.
Entonces duele: entonces, cuando lo piensas; entonces, cuando, mañana, llega.