24 de noviembre de 2009

El día que cumplí 23

Salí triste de la competencia en la que sembré algunas expectativas (no todas), y es que nos fue mal. Conocí Querétaro mucho más de lo que planeé, y es que por no planear me perdí en sus calles más tiempo del que me encontré. Discutí con mi novia, y es que me faltó serenidad y tolerancia a la frustración. Nos rechazaron de dos bares en el centro histórico, y es que ya era tarde para cenar. Fuimos a un oxxo a comprar la cena y nos la comimos, sin cruzar palabra, de madrugada en las bancas de la plaza principal, y es que no hay mucho qué decir cuando un burrito de mole te quema la lengua y las ganas de estar en otro lugar. Encontramos un bar agradable, cómodo y barato, y es que no todo tiene que salir siempre tan mal. Al día siguiente (que era el mismo día, pero después de dormir) recibí una gorra para cubrir mi desazón, y es que los pensamientos, cuando son tristes, necesitan algo para cubrirse. Fui a un parque de diversiones con un montón de gimnastas, y es que no era el único que cumplía años ese día. Me tuve que ir temprano, a las tres y media de la tarde, y es que mi familia me esperaba en la ciudad. Llegando al Distrito Federal, o un poco antes, todavía en la carretera, el clutch del coche dejó de funcionar, y es que me habían dicho que no me fuera manejando. Esperé y, sin esperarlo, llegó un mecánico que por 250 pesos nos sacó del apuro (pasaron más de tres horas entre el clutch que ya no pude pisar y el coche que volvió a caminar), y es que hasta los domingos en la noche hay gente que sabe que los imprevistos no tienen horarios. Hablé a mi casa para cancelarlo todo, y es que mi mamá había preparado una cena para festejar mi cumpleaños en familia. Me perdí, ya con el coche funcionando de nuevo, al ir a dejar a un amigo a su casa, y es que había viajado con nosotros desde Querétaro y esperó pacientemente a que saliéramos del apuro. Llegué a mi casa tarde y discutí airadamente con mi mamá, y es que me costó reconocer que a veces tengo mala suerte y a veces soy muy pendejo.
Sobra decir que, después de tantas cosas, mi novia y yo dormimos de maravilla esa noche, la noche del día que cumplí 23.

20 de noviembre de 2009

¿De qué te escondes?

Soñé que me perseguían. Era una cacería. Buscaban a las personas que estaban conmigo y yo ni las conocía, yo ni había escogido estar con esas personas (fue mi sueño).
Estaba en Tijuana, creo. Cuando sueño, sueño muchas cosas, como cuando le cambias los canales a la televisión. El sueño cambió de canal, pero seguí teniendo miedo, ya afuera de Tijuana, ya sin metralletas en la boca (que así mataron a alguien en mi sueño: "¿tú eres fulanito de tal?", le preguntaron. Cuando contestó que sí le metieron una metralleta en la boca y le dieron diez balazos en cuestión de segundos, pero no se murió luego luego; en cambio, empezó ahora él a dar balazos, algo afectado del cerebro tras el ataque, me imagino. Entonces me fui corriendo).
Ya en otro sueño, en un cuarto de azotea, disfrutando una fiesta con mis amigos, volví a tener miedo, tal vez por algúna estela emocional que arastré desde Tijuana. Me escondía cuando alguien pasaba. Sólo soñaba. Sólo soñaba.
Por fin desperté y me tapé toda la cara con las cobijas. "¿De qué te escondes?", pensé. "Nada, no es nada". Me destapé la cara, pero no pude dejar de esconderme.

19 de noviembre de 2009

Tras la ventana

Me asomé, vi mucho, pero no vi bien. Eso quería: asomarme, ver mucho y no ver bien.
El camión se seguiría moviendo. Yo también.